Adiós, Sabina: su último vals en México
Joaquín Sabina se despidió de México como solo él podía hacerlo: con un concierto inolvidable, cargado de emoción, nostalgia y amor. El Auditorio Nacional fue testigo, la noche del 12 de febrero, de la última presentación del español más mexicano, el trovador de voz áspera y pluma filosa, el poeta que convirtió las penas en canciones y las noches en historias. Fue su cumpleaños 76, pero en lugar de apagar velas, encendió almas.
Era su última vez sobre un escenario mexicano y lo sabía. México también lo sabía. Por eso, más de 70,000 personas se reunieron a lo largo de siete noches para decirle adiós. Seis fechas en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México y una en el Auditorio Telmex de Guadalajara marcaron el cierre de una era. Un adiós agridulce, como sus versos, porque el arte de Sabina se quedará, pero su presencia ya no volverá a los escenarios del país que lo adoptó como suyo.
La noche arrancó con “El Último Vals”, un video de despedida donde aparecieron viejos amigos como Andrés Calamaro, Joan Manuel Serrat, Leiva y Mara Barros, quienes han sido cómplices de su camino. Y entonces, cuando las imágenes se desvanecieron, apareció él, con su característico bombín y ese andar pausado que la vida y los excesos le han impuesto, pero con el mismo brillo en la mirada. La ovación fue atronadora. México entero lo abrazó con el aplauso.
El repertorio fue un viaje por su carrera, una despedida meticulosamente planeada para tocar el corazón de todos. “Lágrimas de Mármol” sonó como un recordatorio de que Sabina, aunque se despida, seguirá siendo eterno. Luego, “Quién me ha robado el mes de abril” trajo consigo la melancolía de esos días y personas que se van sin aviso. Y cuando llegó el turno de “Más de 100 Mentiras”, el público se entregó por completo, cantando cada palabra como si quisiera retenerlas en la memoria para siempre.
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Pero fue con “Por el Boulevard de los Sueños Rotos” cuando la emoción desbordó. Sabina, conmovido, dejó que el público lo acompañara en cada estrofa. Junto a él, Mara Barros, su inseparable segunda voz, no pudo contener las lágrimas. El amor que los asistentes le regalaban al maestro era demasiado abrumador. No era solo un concierto, era una despedida en la que cada espectador se aferraba a cada verso, a cada acorde, como si al cantarlo lograran posponer el adiós.
Y entonces sucedió el momento más emotivo de la noche. De pronto, el público se organizó y comenzó a cantar “Las Mañanitas”. Un mariachi, traído directo de la Plaza Garibaldi, esa que tantas veces le vio libar las aguas de las verde matas al lado de su Chabela y bajo el recuerdo de José Alfredo, apareció en escena para acompañar la serenata. Sabina, sorprendido, sonrió con la ternura de quien se sabe querido. Sus músicos, su equipo técnico, todos formaron una valla a su alrededor, aplaudiéndolo, rindiéndole homenaje en su noche especial. “Este es el mejor cumpleaños de mi vida”, dijo con la voz entrecortada.
Después de aquel instante de magia, la despedida continuó con “Y sin embargo…”, interpretada a dueto con Mara Barros, como en los últimos años. Luego vino el clímax con “Noches de Boda” y, por supuesto, “Y nos dieron las 10”, el himno de tantas noches mexicanas que, al cantarlo, hizo que todos sintieran que, de algún modo, Sabina nunca se iría del todo.
Y entonces se fue. Caminó por el escenario saludando, recibiendo flores, aplausos, gritos, lágrimas. “Gracias, México”, dijo con la voz cargada de sentimientos, con el alma tocada por el amor de su público.
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El telón cayó, el adiós fue definitivo. No habrá más noches con Sabina en México. Queda su música, sus historias, su legado. Pero ya no habrá más luces encendiéndose para recibirlo, ni más bombines inclinándose en señal de gratitud.
El rockanrolero de la bohemia y la poesía nos dijo adiós. Pero en cada bar, en cada madrugada rota, en cada amante despechado, su voz seguirá sonando. Porque los genios no se van, solo cambian de escenario.