La política y el arte de disentir

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Columna de Martha del Riego

El arte de disentir consiste en la habilidad de no condicionar el respeto y/o el aprecio a pensar igual. De mantener la discusión en el ámbito de las ideas y no trasladarla a lo personal. La manera en cómo manejamos la discrepancia es una manifestación de habilidades cognitivas monitoreando y encauzando las emociones que surgen en una discusión. Es la demostración que hacemos de los recursos que tenemos para mantenernos con lucidez suficiente y priorizar el vínculo afectivo por encima de las opiniones así como el reconocimiento del derecho a pensar distinto sin ser minimizado.

Implica un trabajo introspectivo desarrollar la destreza para gestionar la frustración que nos genera una idea contraria en temas sensibles o torales en nuestro modelo de realidad. Sin esa habilidad, la molestia se tramita fallidamente a través del insulto y la descalificación bajo el siguiente principio: si no piensas como yo, siéntete mal por lo que piensas. La falacia ad hominem toma lugar cuando falta capacidad para regular la emoción y/o sustentar con argumentos fehacientes nuestras opiniones. La energía se desvía a la defensa y no a la articulación de ideas, perdiendo toda posibilidad de escucharnos.

La política capitaliza hábilmente esa limitación e instala términos como fanatismo, ignorancia, traición, ceguera, etc., asociándolos a determinadas posturas como refuerzo negativo o inhibitorio para ser usados constantemente en el debate público y generar cierto clima anímico. La emocionalidad, en la mejor de las condiciones, es un gran precursor de la acción pero también puede anular el pensamiento crítico disminuyendo la capacidad para identificar los propios sesgos. Prueba de ello es la adhesión incondicional o la detracción sistemática tan recurrente en las discusiones polarizadas sobre política.

Si bien la política saca provecho de ese rasgo humano, no es causa de división. La división se origina en el trato que le damos al que piensa distinto. Lo que divide es la imposibilidad de gestionar lo que nos genera la diferencia de opiniones traducida en insulto. Es creer que salir de una conversación de grupo sobre temas sensibles para evitar confrontaciones, es también afectar el vínculo personal con cada uno de sus integrantes. Abandonar una dinámica grupal, no es abandonar a los individuos.

La política no divide, lo que hace es desvelar prejuicios de clase, raza y otros más que usamos como intento de sentirnos mejor colocándonos por encima del otro: el naco, el indio, el tonto, el flojo, el ignorante. Un mecanismo de purga de malestar personal que alimenta y sostiene una narrativa histórica de división en nuestro país de implicaciones profundas, resabio del mestizaje.  La política no nos divide. Nos enseña quiénes somos, qué recursos tenemos y lo dividido que siempre hemos estado.

ADENDA

Las ideas y opiniones no son una extensión de nosotros mismos sino uno de los tantos niveles de conocimiento con posibilidad de transformación. Quizás entender esta diferencia nos ayude a ser más respetuosos y mejores oyentes… después de todo es en la contraposición de ideas donde se expande el pensamiento.

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