Una historia de Amor

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Columna de Martha del Riego

Inés salió de la ciudad por motivos de trabajo. Enviaba mensajes a su pareja constantemente a pedido expreso de él. Ella asumió que compartir mensajes y videos de sus actividades en esos días, y expresarle que se sentía bien por la oportunidad laboral, sería más que suficiente. Al volver a casa fue recibida con indiferencia y frialdad. Un patrón que se repite cuando comete una falta. Una desconsideración. Como la mayoría de las veces no entendía qué. Después de horas de tensión llegó la respuesta. Su marido sentía una “desconexión” al no contarle ella lo que él necesitaba saber y había solicitado explícitamente: una descripción de su estado de ánimo en sus días afuera, permitiéndole sentir que “estaban conectados”. El estoy “bien” no alcanzaba ya que además se sentía inquieto y preocupado por sus frecuentes episodios de depresión.

Después de airados reclamos de su esposo por esa “tremenda” omisión y viendo la insuficiencia de sus explicaciones para tranquilizar a su pareja, optó por disculparse como lo hacía siempre. Era la única manera en reparar el daño de su aparente desconsideración. Después de todo, él lo hacía por el bien de la pareja -y de mí que me cuida con diligencia y amor-, pensó. Con sabor agridulce para Inés y calma para su marido, volvieron a encontrarse y la vida continuó hasta que apareciera la próxima “falta”. Él le contó que en su ausencia la casa funcionó a la perfección y por lo tanto, quizás ella era el origen del desorden, el comportamiento inapropiado de sus hijos y la tensión permanente entre la pareja. Había quedado tan agotada con la batalla anterior que decidió concederle a su marido esta otra, y mantenerse en silencio.

Después de tantas acrobacias emocionales que ha necesitado para contener todo tipo de situaciones que la hacen cuestionar su propia visión y cordura, Inés quedó desprovista de la energía y autoestima suficiente para disociarse de la mirada de su marido, la cual asume como medida de su propia valía: “Soy lo que él ve de mi”. Cuando se vive en función de complacer a los demás, uno termina desdibujándose. Sin derecho, entre otros, para el enojo que produce el menoscabo, desde el notorio hasta el más sutil e insidioso. Sorda para esa alarma emocional e impulso para tomar acción y revelarse ante el ataque infundado que, sin validación propia, queda desactivada. La culpa toma lugar manifestándose en tristeza. Los chantajes y reclamos ajenos golpean sin ofrecerles la menor resistencia. Incluso en un grado superlativo de distorsión, eso se interpreta como herramientas amorosas para mejorar, y no como recursos tóxicos de proyección o manipulación.

Por otra parte Oscar, su marido, quedó satisfecho y sintiéndose contenido por Inés quien pudo entender y rectificar su falla como muestra su disculpa. Tiene ahora la esperanza que esta experiencia le haya servido a ella para mejorar. Y es que él toma como medida del amor, la satisfacción de sus necesidades afectivas por parte de su mujer. Cuando dichas necesidades no son advertidas o dimensionadas correctamente, la principal sospecha es el menosprecio, no el despiste. El menosprecio genera ira porque tiene que ver con nuestra valía. Quien atenta contra ella merece condena. Mientras que el despiste merece únicamente corrección. Somos rápido/as para atribuir intenciones negativas a otras personas (principalmente las más cercanas). La flexibilidad para modificar dicha atribución dependerá de qué tanto se necesita ver en falta al otr@, en un intento fallido para procesar dolores de heridas remotas activadas en el presente. No busco quién me la hizo, sino a quién reclamarle. Mientras no haya consciencia de esta dinámica con trabajo introspectivo (la mirada hacia uno mismo), todo será susceptible de interpretarse como agravio. Se seguirá buscando que sea la pareja o las personas del entorno cercano, quienes compensen con sus acciones la sensación de desamparo que nos habita. El control disfrazado de interés y amor, es una manera de guiar la conducta hacia el destino que mejor satisfaga esa necesidad. El control exige un desgaste emocional y cognitivo extremo que con frecuencia se manifiesta en insatisfacción y dolencias físicas.

Inés y Oscar se aman profundamente y su historia de amor consistirá en muchos años viviendo juntos repitiendo patrones que de tanto en tanto generan crisis y merma en cada uno. Ninguno vivirá completamente satisfecho y no sabrán a ciencia cierta el porqué. Normalizarán su situación como pasa a la mayoría, conformándose con breves momentos de felicidad. Han hecho una adaptación personal de ese constructo social denominado Amor que surge a partir de la cualidad humana para experimentar apego, y que va cambiando con los años dependiendo del lugar, la cultura y el momento.

Basado en él, Inés y Oscar tratan de decodificar la conducta del otro. Así cometerán distorsiones que los alejaran de las verdaderas causas, destinándolos una y otra vez a las mismas situaciones, sigan o no juntos.

El amor romántico surgido del siglo XVIII, vino a sustituir la conveniencia por la compatibilidad como criterio para elegir pareja. Una transformación acompañada de extraordinaria buena prensa que ha atribuido al amor características como omnipotencia, bondad, felicidad, salud, divinidad, etc: donde hay amor no hay falla, y si la hay se resuelve. Esa idea equivocada es la que sostiene infinidad de relaciones abusivas, dañinas o infelices.

En la era de la exploración, estudio y comprensión de la conducta humana, la idea del amor empieza a transformarse. Empezamos a preguntarnos qué tan conscientes somos de las elecciones que hacemos en nuestra vida afectiva y qué tanto nos condiciona nuestra historia personal y los mandatos sociales. Dejamos de romantizar el dolor y la indiferencia. A medida que avancemos y nos eduquemos, el criterio para estar con alguien no será tan subjetivo como qué tanto nos ama (hay amorosos que también matan) sino cómo nos trata; dando cuenta de que la salud mental  finalmente es la que determina la calidad de vida afectiva en soledad o en pareja, no así el amor. Cada uno podrá hacerse responsable de sus necesidades e interpretaciones para atenderlas adecuadamente sin proyectarlas. La consideración hacia el otro no será a partir de sentirse en falta, sino de la empatía. El amor bajo estas condiciones vale la pena celebrarlo.

Ojalá que para Inés y Oscar está instancia llegue pronto, así como para innumerables parejas atoradas en historias románticamente infelices.

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