Uruapan puntual y firme con la marcha nacional convocada por la Gen Z

La marcha convocada originalmente por jóvenes de la autodenominada Generación Z para exigir justicia por el asesinato de Carlos Manzo, exalcalde de Uruapan, terminó transformándose en un movimiento mayoritariamente familiar y generacionalmente distinto. Desde temprano, contingentes de las generaciones Baby Boomers y Millennials llegaron al centro histórico con consignas de dolor y resistencia, mientras la presencia juvenil fue casi inexistente, un vacío que no restó fuerza al reclamo central: exigir paz, justicia y un alto a la violencia que desangra a Michoacán.
El contingente que arribó a la Pérgola lo hizo entonando el Himno Nacional, una escena que marcó el tono solemne de la jornada. Entre los manifestantes circulaban pancartas con mensajes como “Mi pueblo amaneció de rodillas” y “La violencia devora a los hombres buenos”, frases que retrataban un sentimiento colectivo de hartazgo frente a crímenes que, según los asistentes, “no se apagan” y siguen marcando a comunidades enteras. La presencia de Grecia Quiroz, viuda de Manzo, hoy alcaldesa de Uruapan, confirmó el carácter profundamente comunitario de la movilización.
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Aunque la convocatoria circuló con fuerza en redes impulsada por la estética de One Piece y el simbolismo del Sombrero de Paja —que había sido adoptado por jóvenes inconformes en otros países—, la realidad en las calles fue distinta. Lejos de una marcha protagonizada por Gen Z, fueron padres, madres y abuelos quienes encabezaron la protesta, recordando que la causa es más relevante que la edad de los participantes. “Orden en la conciencia de un pueblo”, se leía en otra pancarta, subrayando el reclamo moral que impulsó a las familias.
En paralelo, la carretera Lázaro Cárdenas quedó bloqueada en varios tramos con mantas como “Mi voz se ha callado, pero la lucha no” y “Ni un paso atrás”, mensajes que, además de exigir justicia, denunciaban un ambiente de miedo generalizado. Los asistentes insistieron en que la violencia criminal ha rebasado a las autoridades y que la ciudadanía está pagando el costo. Para muchos, el asesinato de Manzo fue el punto de quiebre que volvió insoportable el silencio.
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El gobierno federal y el estatal buscaron minimizar la marcha, atribuyéndola a “actores políticos opositores” y a “empresarios que no quieren que México se transforme con el movimiento que gobierno a México desde 2018”. Sin embargo, en la movilización predominó un tono de duelo ciudadano más que de confrontación partidista. Los participantes rechazaron las acusaciones y exigieron que el crimen sea investigado sin sesgos ni dilaciones, denunciando que el discurso oficial intenta desviar la atención del problema de fondo: la inseguridad estructural.
En redes sociales, el debate se volvió un espejo de la polarización nacional. Simpatizantes del gobierno tacharon la protesta de montaje, asegurando que los participantes eran “pagados”. Del otro lado, quienes salieron a las calles acusaron que el sistema privilegia a políticos y delincuentes mientras desprotege a las comunidades. En medio de esa discusión, un sector amplio de la población eligió mantenerse al margen, ya sea por miedo a represalias o porque la violencia se ha normalizado al grado de inhibir la expresión pública.
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La marcha de este 15 de noviembre refleja, ante todo, una comunidad que se niega a olvidar. Aunque la Generación Z —supuestamente movilizada por símbolos de anime— no apareció en masa, la protesta sí logró unificar el dolor intergeneracional por un asesinato que expuso la fragilidad del orden público. En cada pancarta se repetía una idea: “El pueblo clama paz y justicia”, un grito que los manifestantes insisten en que el gobierno debe escuchar.
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