Estados Unidos levanta 11 km más de muro en la sierra de Sonora y Arizona

Para este 15 de noviembre, grupos civiles y habitantes locales preparan una nueva manifestación precisamente en el punto donde hoy avanza la construcción
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El ángulo central de esta historia es el avance tangible del Gobierno de Estados Unidos en la ampliación del muro fronterizo, ahora en plena sierra de Sonora, donde antes se abría un paso natural para migrantes y mercancías. En un tramo remoto entre Santa Cruz, Sonora, y Sierra Vista, Arizona, maquinaria y trabajadores estadounidenses ya levantan once kilómetros adicionales de barrera metálica, una obra que simboliza el endurecimiento de la política fronteriza ordenada por la administración de Donald Trump.

El proyecto se desarrolla en una zona particularmente difícil de acceder. Para llegar, es necesario recorrer dos horas desde Nogales por caminos montañosos y agrestes que se estrechan conforme avanzan hacia el valle conocido como La Bota. Ahí, donde antes había sólo huellas de tránsito clandestino, ahora se observan alrededor de 300 metros de muro recién cimentado y una cuadrilla de aproximadamente 20 trabajadores operando grúas, retroexcavadoras, dompes y camiones de carga. El lugar, que hasta hace dos décadas estuvo prácticamente abierto, es ahora un punto estratégico de reforzamiento fronterizo.

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Este nuevo tramo forma parte de los 11.26 kilómetros anunciados en marzo por Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional estadounidense. Desde Arizona, Noem aseguró entonces que la ampliación era necesaria para “hacer a Estados Unidos seguro de nuevo”, mensaje acorde con la narrativa de seguridad del gobierno republicano. La obra se ubica a unos 100 kilómetros al oriente de Nogales y a más de 1,800 kilómetros del inicio de la frontera en Tijuana, según marcadores de los propios ingenieros que coordinan la instalación.

El contraste con el pasado reciente es contundente. Rubén Peralta Torres, historiador empírico de Santa Cruz y guía en el recorrido hacia la zona, recuerda que La Bota funcionó durante décadas como puerta de contrabando y punto de cruce migrante. Ahí existió una rampa improvisada sobre un muro mínimo, de apenas un metro, que permitía pasar camiones cargados con carne, pollo, alimentos, refacciones o cualquier mercancía —legal o ilegal— rumbo a Sonora y Sinaloa. El tránsito, relata, era continuo día y noche, al grado de convertir el sitio en un corredor logístico paralelo a la aduana formal.

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Por esa misma ruta cruzaron miles de migrantes sin supervisión de ninguna autoridad. El cierre progresivo de estos pasos “ciegos” no sólo responde al incremento de controles, sino a la narrativa estadounidense de frenar la migración irregular y el contrabando. Ahora, con el levantamiento del nuevo muro, esa historia parece quedar definitivamente sepultada bajo toneladas de concreto y acero.

Sin embargo, la obra también ha despertado resistencia en ambos lados de la frontera. En julio pasado, familias de Phoenix, Tucson, Sierra Vista, Santa Cruz y Cananea se manifestaron en la antigua aduana de La Noria, exigiendo detener la expansión del muro. Entre ellas estuvo el propio Peralta, quien alertó sobre los impactos ecológicos: desde la interrupción de corredores naturales de osos, leones y correcaminos, hasta los riesgos de inundaciones provocadas por estructuras que alteran el flujo del agua en un ecosistema ya frágil. A esto se suman las protestas de comunidades indígenas que denuncian daños a sitios sagrados por el uso de explosivos y maquinaria pesada.

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Organizaciones ambientales como Sierra Club en Arizona, parte de una coalición que busca frenar estos proyectos, subrayan que más de mil kilómetros de muro ya existen a lo largo de la frontera. Para este 15 de noviembre, grupos civiles y habitantes locales preparan una nueva manifestación precisamente en el punto donde hoy avanza la construcción, con la intención de visibilizar un conflicto que no sólo es migratorio, sino también histórico, cultural y ambiental.

La expansión del muro fronterizo en Sonora aparece entonces como un capítulo más en una larga disputa sobre seguridad, territorio y derechos. Mientras Estados Unidos refuerza su frontera, las comunidades locales apelan a la memoria y a la conservación para evitar que la línea divisoria se convierta en una herida irreversible en la sierra.

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