Rodrigo Paz, el nuevo presidente de Bolivia nacido en el exilio

Rodrigo Paz se convierte en el tercer jefe de Estado nacido fuera del territorio boliviano, tras los libertadores Simón Bolívar y Antonio José de Sucre
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Rodrigo Paz Pereira llegó a la presidencia de Bolivia tras derrotar en segunda vuelta al expresidente Jorge “Tuto” Quiroga, pero su historia política comenzó mucho antes de nacer. Hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, quien gobernó entre 1989 y 1993, el actual mandatario nació en 1967 en España, cuando su familia vivía en el exilio. Aquel contexto de dictaduras militares marcó el origen de un político que hoy busca reconciliar la tradición familiar con una visión moderna y descentralizadora del Estado boliviano.

Desde su niñez en La Paz, Rodrigo Paz vivió la política como un entorno inevitable. Tenía apenas 12 años cuando su padre sobrevivió a un presunto atentado aéreo, episodio que lo marcaría para siempre. Formado en economía y relaciones internacionales, con una maestría en gestión política por la American University de Washington, comenzó su carrera legislativa en 2002 como diputado por Tarija, el departamento que años más tarde lo impulsaría como figura nacional. Su paso por la alcaldía tarijeña y luego por el Senado consolidó su perfil como político de territorio, con un discurso centrado en la descentralización y la redistribución presupuestaria.

Tarija, conocida como “la billetera del país” por su producción gasífera, ha sido el eje de su propuesta política. Paz insiste en que Bolivia sufre una “asfixia fiscal” debido a la concentración del 85 % del presupuesto en el nivel central. Su plan de gobierno, denominado Agenda 50/50, plantea dividir de forma equitativa los recursos públicos entre el Estado y las entidades territoriales. “No puede haber desarrollo con un solo centro de decisión”, ha dicho en más de una ocasión, defendiendo un modelo económico donde las regiones tengan autonomía real sobre sus ingresos y su gestión.

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En materia económica, su eslogan “Capitalismo para todos” sintetiza un programa de créditos accesibles, reducción de aranceles y eliminación de trabas burocráticas. “Bajar impuestos, más crédito, platita para todos”, repitió durante su campaña en Achacachi, en un mensaje directo a los sectores medios y productivos. Sin embargo, ha dejado claro que su modelo no depende de organismos internacionales: “En Bolivia la plata alcanza; no necesitamos al Fondo Monetario Internacional”, aseguró en entrevista con Radio Panamericana, marcando distancia de las políticas de endeudamiento.

Otro eje de su gobierno es la reforma judicial y la lucha contra la corrupción, problemas que define como estructurales en la política boliviana. Su compañero de fórmula, Edman Lara, exoficial de policía, simboliza ese discurso anticorrupción pese a haber enfrentado procesos disciplinarios. Paz también ha propuesto revisar la ley 348 contra la violencia de género, alegando abusos en su aplicación, y planteó una agenda de inclusión social con enfoque meritocrático. Aunque su posición ha generado críticas, especialmente entre los sectores progresistas, él insiste en que busca equilibrio entre derechos y responsabilidades.

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Paz también ha sorprendido con su interés por diversificar la economía mediante energías limpias en un país fuertemente dependiente de los hidrocarburos. Su discurso ambientalista y su énfasis en la modernización productiva apuntan a redefinir la relación de Bolivia con sus recursos naturales. En sus redes, se presenta como “apasionado por mi tierra, el fútbol, la comida nacional y la familia”, un intento por conectar su perfil técnico con una imagen cercana y nacionalista.

Con su victoria, Rodrigo Paz se convierte en el tercer jefe de Estado nacido fuera del territorio boliviano, tras los libertadores Simón Bolívar y Antonio José de Sucre. Pero, más allá del simbolismo histórico, su desafío radica en construir un legado propio en un país acostumbrado a los liderazgos carismáticos y centralistas. La herencia política de su apellido lo acompaña, pero su objetivo —como ha repetido— es ser recordado no como el hijo de un expresidente, sino como el hombre que cambió la manera de gobernar Bolivia.

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