Imperativo, educación pública libre de postulados políticos
En estos días es un imperativo hablar de los libros de texto de la educación pública por la premisa básica y fundamental: los libros deben estar permanentemente abiertos al escrutinio de expertos pedagogos y autoridades en las diversas especialidades, pues se trata de las herramientas básicas para la formación de nuestra niñez en etapa escolar.
El siglo XX siempre estará presente en la memoria colectiva de la nación, y el nacimiento de los libros de texto escolar mexicano en 1960 seguirá siendo un gran avance para la educación en nuestro país.
Esos libros fueron realizados por notables especialistas en pedagogía, donde destacados artistas de la época pusieron toda su creatividad para realizar dentro de la educación escolar una semblanza de nuestro arte y cultura basada en nuestras raíces.
En nuestra memoria existe la emoción del recuerdo al abrir nuestros libros por primera vez, desprendiendo el olor a papel nuevo recién impreso. Ayer, hoy y siempre la escuela será el lugar donde nuestras hijas y nuestros hijos acuden a formarse para un futuro mejor y, la educación pública es uno de los frutos más preciados en la historia de nuestra patria, de la cual surge la formación de mexicanas y mexicanos amantes de las libertades y de la democracia.
Por eso en la escuela debe de prevalecer el método científico y, el saber, debe de estar sujeto al método.
Los libros de texto gratuitos de López Obrador, Luciano Concheiro, Marx Arriaga y su asesor castrochavista Sady Loaiza, cruzan la línea de nuestra vida democrática y la pretensión es imponerlos ilegalmente y por la fuerza.
Desde mayo pasado, un juzgado federal otorgó una suspensión definitiva que ordena al gobierno frenar la impresión o distribución de los libros de texto, hasta que se revisen plenamente los programas educativos.
Y es aquí donde Lopez Obrador se muestra a plenitud como un “liberal y demócrata de ocasión”, y es aquí donde el soberano del palacio actúa con autoritarismo extremo al retar al Poder Judicial.
Y en un extremo inaudito todo lo relacionado al proceso de diseño y elaboración del contenido de los libros ha sido reservado por el gobierno hasta por cinco años, una actitud de opacidad extrema.
En apego a la ley, los libros de texto deben basarse en planes y programas de estudio que debieron ser sometidos a consulta con especialistas y con la sociedad. Es indudable que a estas alturas del sexenio existe un claro predominio de violar la ley para imponer la ideología trasnochada de la cuarta transformación. No existió consulta alguna con los padres de familia, no se consultó a los maestros, muchos menos a los especialistas o los gobiernos estatales.
Los libros son facciosos, con tendencia de adoctrinamiento, excluyendo el saber natural que debe existir en la educación escolar, para sustituirlo por el creer a ciegas en la confusa ideología de la cuarta transformación.
Y no se trata sólo de errores de ortografía o de redacción, son errores de fondo. Dan por buenos planteamientos que no están comprobados por el método científico, ahondan la polarización social, reescriben una historia irreal y fantasiosa, la cual la llevan paralela con la narrativa política del presidente y normalizan la mediocridad. Hasta la fecha de nacimiento de Benito Juárez es errónea, el problema de estos libros es de forma y de fondo.
En uno de los libros se narra la historia de cómo Gaby y su abuelita se enfermaron de COVID y, terminan dejando de lado el tratamiento médico para limitarse a tomar tés y remedios caseros. Esto no sólo es irresponsable, es criminal.
Los libros de texto reflejan una visión politizada y sesgada de la historia contemporánea. Por ejemplo, se aborda el tema del terremoto de 2017, pero sólo para lavarle la cara a Claudia Sheinbaum, resaltando que se disculpó y que ajustició a los verdaderos responsables de la muerte de los niños del Colegio Rebsamen.
El presidente justifica los cambios en los libros de texto asegurando que pretende enseñar a los niños nuevos valores, y “que nada de que hay que triunfar y superarse”, eso del desarrollo individual no le gusta.
La educación no debe ser un campo de batalla en el que se impongan visiones políticas o ideológicas, todo lo contrario, la educación escolar debe de ser el espacio donde nuestra niñez adquiera el pensamiento crítico, donde sea fundamental el conocimiento del mundo globalizado del siglo XXI. Hoy más que nunca en la sociedad civil debemos de elevar la voz y poner un “ya basta” a las intransigencias y autoritarismos del primer ejecutivo de la nación.
En noviembre del año pasado por primera vez en el México contemporáneo la sociedad se levantó y se manifestó en defensa del organismo electoral. Hoy es por nuestras hijas e hijos, el activo más valioso de una sociedad.