“Cuando la gente me pregunta, estimados oyentes, por qué odio a todos los tutsi, yo les digo: ¡Leed nuestra historia! ¡Los tutsi colaboraron con los colonizadores belgas, robaron nuestra tierra hutu, nos fustigaron!… ¡Son cucarachas, son traidores, son asesinos!… ¡Vamos a aplastar la infección!… Esta es la RTLM, la radio del poder hutu.”
Hotel Rwanda, (2004), Director Terry Georg.
Hotel Rwanda es una película basada en genocidio del país africano. Los odios ancestrales entre los hutu (etnia dominante) y los tutsi, eran azuzados por la infame Radio Libre des Mille Collines que incitaba a asesinar a africanos tutsis, desde bebés hasta ancianos, hutus moderados y opositores al genocidio. Un millón de personas murieron en sólo tres meses.
¿Qué lleva a una sociedad a infligir o tolerar el daño masivo a ciertos grupos? ¿Que nos hace perder como individuos la compasión y empatía hacia miembros de una comunidad? ¿Cómo racionalizamos la barbarie argumentando la historia o la cultura? Mucho tiene que ver la deshumanización que hace uso del lenguaje; ese recurso que sin dar aviso moldea el pensamiento y la representación de la realidad.
El psicólogo social Philip Zimbardo, investigador de mecanismos que llevan a individuos a cometer o avalar actos de maldad, afirma que la semántica de la deshumanización son palabras despectivas para deslegitimar la condición humana y eliminar la barrera moral que implica dañar a otros.
Los miembros de un grupo se ven a sí mismos como virtuosos y superiores, y al grupo ajeno como despreciable e inferior.Daniel Bar-Tal, investigador de los procesos socio-psicológicos en conflictos de larga data, identifica categorías del lenguaje deshumanizante para referirse a grupos que se desea deslegitimar: categoría animal (“son como ratas”, “cucarachas”), artefactos (“es gente basura”), seres amenazantes (“son demonios”, “invasores”, “plaga”), proscritos (“asesinos”, “terroristas”, “criminales”), rasgos negativos (“traidores”, “avaros”, “fanáticos”, “vulgares”), categorías políticas socialmente inaceptables (“son fascistas”, “nazis”).
Las siguientes expresiones retratan el uso de categorías deshumanizantes entre rivales bélicos:
“No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”, Yoav Gallant, comandante de las fuerzas Israelíes.
“No abandonaremos Gaza, no importa lo que hagan los asesinos y criminales”, Ismail Haniyeh, líder de Hamas.
Emma Briant, especialista en temas de propaganda y comunicación política, examinó distintos elementos en el lenguaje actual para referirse al conflicto entre Israel y Palestina. Brian, -en una nota para la BBC– afirma que la retórica que habilita a que Hamás e Israel deshumanicen y maten a los civiles es la afirmación de que no son realmente civiles.
Hamás en el canal árabe Al Jazeera, ha asegurado que los colonos en los territorios ocupados no son realmente civiles. Israel mezcla constantemente al pueblo palestino con Hamás. Los valores fundamentales preceden a la retórica de deshumanización y están predispuestos a una ideología de exclusión y desconfianza, según Brian.
Es la psicología social se describe el efecto “exogrupo y endogrupo” como el sesgo que provoca que veamos los miembros de un grupo ajeno a nosotros como si todos fueran iguales, mientras que a los miembros del nuestro los vemos con características y cualidades diversas.
Si una comunidad es “moralmente mala”, es merecedora del daño que recibe y se anula la compasión por el sufrimiento de sus miembros. Cuantas más veces escuchamos a un grupo ser descrito despectivamente, más probable es que los deshumanicemos sin tomar conciencia. Los grupos que a menudo se sienten discriminados tienden a hacer lo mismo.
La deshumanización es un fenómeno amplio. Si bien el lenguaje juega un papel importante, no hay evidencia de que por sí solo cause violencia colectiva pero siempre acompaña. Sin excepción, todos los genocidios registrados fueron presididos por discursos de odio.
La organización “Iniciativa para la Justicia Igualitaria”, señala que entre 1880 y 1950, más de 4 mil afroamericanos (hombres, mujeres y niños) fueron linchados y quemados vivos en espectáculos públicos de Estados Unidos. Las personas posaban gozosas frente a los restos de los linchados -a los que se referían como monstros o animales- para enviarlas a seres queridos. Esto dio origen a la industria de las postales.
En la película documental “Noche y Niebla” realizada con material incautado en la II Guerra Mundial, muestra a los Nazis refiriéndose a judíos como ratas, cucarachas o piojos. Las investigaciones sobre la deshumanización iniciaron después de este episodio histórico. Desde entonces la psicología social examina cómo las sociedades son conducidas a guerras y genocidios.
Además de la deshumanización, los sociólogos Kelman y Hamilton describen dos aspectos más presentes en los crímenes de masa: la obediencia a una autoridad superior que libra a los individuos de toda responsabilidad sobre sus actos y la rutinización, que es considerar las acciones, incluso lo más crueles, como simples actos administrativos para un fin.
Retórica deshumanizante en medios de comunicación
La guerra entre Israel y Palestina es un tema sensible y complejo. Ya que usaré ejemplos relacionados al conflicto, vale la pena aclarar que la intención no es calificar el desarrollo de los hechos, sino explorar expresiones y recursos que propician merma en la empatía y compasión.
Entre esos casos se encuentra el abogado conservador mediático Ben Shapiro que ante la controversia sobre la reacción de Israel que ha costado miles de vidas en Gaza, revira: “¿Hamás debe de tener impunidad porque usa a su población como escudo humano?”
El argumento de Shapiro, a manera de pregunta retórica, relaciona mesura para proteger civiles con impunidad. Al mismo tiempo infiere más valor a la destrucción de Hamás que las victimas que se cobran para lograrlo… en contra parte, ¿Israel debe tener impunidad si mata población usada como escudo humano? Cuando nos centramos en el tema de la impunidad, se pone el foco sobre la naturaleza y motivos del agresor y no sobre las víctimas.
Otra expresión desafortunada fue la de la presentadora británica de TalkTV’s, Julia Hartley-Brewer en respuesta a la gran cantidad de pérdida de niños por los ataques militares de Israel a Gaza: “Si permites que Hamás use a tus niños como escudo humano, lo siento, ¡es tu responsabilidad!” Por su parte, el Internacionalista Juan Antonio Rodríguez en un medio español opinaba sobre el atentado de octubre contra Israel: “¿qué puedes esperar si invades, oprimes y violas derechos humanos?”
Hartley-Brewer asume que el responsable de la muerte de miles de niños no es el ejército Israelí sino la población permisiva de Gaza; mientras que Rodríguez justifica el ataque de Hamás como una reacción. En ambos, los agresores quedan exentos del cargo de sus actos. También si se plantea de esta forma: “Si tu ejército deja entrar a Hamás a tu territorio, lo siento, es tu responsabilidad” / “¿Qué puedes esperar de Israel si secuestras, torturas y matas a sus ciudadanos?”
La línea que existe entre explicación y justificación es muy delgada y se borra con frecuencia.
Una inferencia desafortunada y constante en muchos argumentos es la de responsabilidad colectiva. Sugiere que la población es merecedora de las consecuencias de actos de grupos específicos o designios políticos bajo sospecha de compartir los mismos intereses, deseos y valores. El sesgo del exogrupo expresado en el “todos son iguales”.
También abundan argumentos del tipo “victimario víctima”. El foco se centra en los motivos y defensa de las acciones, y no en la sensibilización de las consecuencias humanas. En todo caso las víctimas se usan como estrategia mediática de adhesión a la causa y condena al oponente en medio de la desinformación.
A nuestro micro mundo de ideologías y realidades compartidas, se le suma el algoritmo que gestiona contenidos cuyo propósito es el placer de confirmar creencias, aun cuando son deshumanizantes. Sin oportunidad para el contraste a pesar de la era de la información.
El discurso de odio junto a la desinformación puede llevar a la estigmatización, la discriminación, y eventualmente, a la violencia a gran escala como sucedió en los genocidios recientes de Camboya, Bosnia-Herzegovina, la crisis de los refugiados rohinyá en Myanmar, entre otros. En todos los casos el papel de los medios de comunicación, líderes políticos, religiosos, militares y gobiernos fue fundamental en la catástrofe humana.
Camino de vuelta
Junto a los deshumanizados está también como víctima el que deshumaniza. En él o ella se ha instalado eficazmente una falla de conciencia que se expresa en el discurso. Miembros de una sociedad exitosamente condicionados por una narrativa colectiva reforzada en la familia, escuela, entorno social, político y religioso. Narrativa que determina el procesamiento de la experiencia y útil para explicar, justificar y movilizar a una comunidad.
Hay certeza de ser moralmente superiores y víctimas potenciales de grupos con características socialmente indeseables e inherentes a su “esencia”. Así se justifica la falta de empatía, incluso con niños de naturaleza inimputable pero “futuros agresores”. Un conflicto moral que se resuelve bajo la premisa de la seguridad.
A los jóvenes se les educa con ideal patriota traducido en el sacrifico de la vida en guerras “imprescindibles” para salvaguardar integridad y valores. Se ven a sí mismos como instrumento de ese propósito, habilitados moralmente para infligir dolor y muerte a “infrahumanos” de todas edades bajo órdenes que jamás cuestionan. El sociólogo Zeygmun Bauman se refiere a este fenómeno como asepsia moral burocrática.
Se avala la participación de un hijo en el combate hasta que su muerte restituye la conciencia de la humanidad y la barbarie de la guerra. Un dolor imposible de desear a otro. El 04 de octubre del 2023, tres días antes de los atentados de Hamas, mujeres israelíes y palestinas marcharon juntas en Jerusalén exigiendo a sus gobernantes paz y reconciliación.
Atrapados entre la dictadura de las milicias palestinas y el asedio militar Israelí, los Gazatíes, según tres encuestas realizadas antes del 7 de octubre por distintas instituciones, no quieren la guerra. En contra parte, las enérgicas manifestaciones en el congreso de Israel de familiares de rehenes de Hamás, exigiendo a sus representantes dejar de discutir medidas de acción basadas en odio y muerte, dan muestra de cordura y humanidad en medio de la enajenación.
La preocupación por la humanidad de todos es posible incluso cuando uno mismo ha sufrido inmensamente. Pero en la mente de los líderes megalómanos el miedo, dolor y angustia juegan otro papel. Es un recurso político de manipulación que junto a verdades a medias, alimenta el odio, discriminación y violencia. Un manejo que florece en individuos fuertemente identificados con ciertas jerarquías sociales y narrativas colectivas.
La opinión pública dominante es un aval de decisiones políticas aun cuando se incurra en injusticia e ilegalidad; incluso si representa un daño descomunal en nombre de la seguridad. Así se limpian la conciencia los regímenes democráticos.
El antídoto a la deshumanización no es la contabilidad de los muertos. Es el acceso a las historias personales de vida. A las experiencias comunes de afectos, alegrías y preocupaciones que nos convierte en semejantes. Así se superan las narrativas colectivas secuestradas por la memoria del trauma. Así devolvemos y nos devuelve la humanidad traducida en la preocupación por todos.
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