Crecen las filas por un plato de comida en Rio de Janeiro

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Un grito estalla entre la multitud cuando la fila empieza a andar: “¡Comidaaa, comidaaa!”. Son cientos de personas desesperadas por un almuerzo digno en el centro de Rio de Janeiro, una escena cada vez más frecuente en medio de la pandemia.

Madres embarazadas, ancianos, mendigos de varias edades se aglomeran bajo el inclemente sol de mediodía para retirar una vianda distribuida por el gobierno de Rio. ¿El menú? Guiso de carne y pirón, un nutritivo puré de harina de mandioca. 

Las personas se apiñan tras una reja de seguridad junto a una avenida, sin máscara ni protocolos de distancia para evitar la transmisión del coronavirus que causa estragos en Brasil, con Rio entre los estados más afectados.

Bajo la mirada tensa de la policía, los comensales se impacientan mientras se descarga la comida de un camión. 

Karen Cristina, 31, madre de tres niños y con otros dos en la barriga, obtiene finalmente dos porciones, agua y frutas. 

“Estoy desempleada desde 2015. Actualmente vendo dulces en la calle y clasifico residuos”, dice a la AFP esta mujer negra y menuda, que duerme en los alrededores del aeropuerto carioca de Santos Dumont.  

El año pasado recibió 600 reales por mes distribuidos desde abril por el gobierno de Jair Bolsonaro, que se redujo a 300 en septiembre y se interrumpió en diciembre.

Su principal sustento es ahora el programa “RJ Alimenta“, que desde agosto ha distribido más de 1,2 millones de platos en diferentes puntos de la ciudad y en los últimos dos meses ha visto crecer las filas. 

“El perfil predominante era de personas en situación de calle, pero ahora se mezclan con los nuevos desempleados, que muchas veces buscan su única comida del día”, explica Bruno Dauaire, secretario de Desarrollo Social y Derechos Humanos de Rio, que administra el programa junto con la Fundación Leao XIII, vinculada a ese estado.

El gobierno nacional anunció que volverá a repartir las ayudas monetarias a partir de abril, con valores de 150 a 375 reales y un número menor de beneficiarios.  

“Yo no vivo en la calle, vivo en una casa [en una favela], pero llevo cinco meses de atraso con el alquiler”, cuenta Cica de Deus, un simpático señor de 69 años que recorre la ciudad en busca de latas, cartones y papel para vender en centros de reciclaje. 

Improvisando una máscara con una fina pañoleta, se dirige a la cámara esperando enviar su mensaje directamente a Bolsonaro: “¿Usted podría vivir con 150 reales al mes? ¡Eso no da para vivir!”. 

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