De la civilización a la barbarie

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Este 9 de noviembre de 2021 se cumplieron 32 años de la caída del Muro de Berlín, aquel acontecimiento que ha marcado la vuelta de siglo.

Asimismo, es el día en el que presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador presidió el Consejo de Seguridad de la ONU. Estos dos hechos, que a primera vista parecieran inconexos, guardan profundos vínculos.

El término de la tercera guerra mundial, o también conocida como guerra fría, comenzó con esa tarde de 1989, y se consolidó con el derrumbe del proyecto histórico de la dinastía soviética. A partir de ahí, la narrativa sobre el triunfo inexorable del capitalismo, y más bien, de la modernidad americana se instaló como la demostración que era la única vía posible para el despliegue de lo realmente existente, se dijo pues que habíamos llegado al fin de la historia.

Pero aquellas palabras se han hecho viejas muy rápidamente, y es que, a partir de la crisis económica desatada en 2008 el mundo ha entrado en un proceso cada vez más complejo, en donde las contradicciones se han agudizado, esta vez no solo entre potencias económicas, sino que además nuevos fenómenos surgieron de que han hecho que los peligros que de ella emanan podamos transitar a una degradación civilizatoria inédita.

Ante estos tiempos de peligro, el mandatario mexicano, decidió acudir a Nueva York, y presidir la sesión del Consejo de Seguridad, para alertar sobre el deslizamiento que esta crisis epocal está produciendo, la posibilidad real, hoy más que nunca, de transitar de la civilización a la barbarie.

No es casual que no haya asistido al G-20 para lanzar este mensaje, no es desde el poder económico desde donde debe salir una respuesta. Lo hizo en el seno de la Organización de las Naciones Unidas, apelando a un sentido humanista para fortalecer la idea de una aldea global y no un mundo vertical y autoritario dominado por los que más tienen.

Es tan grave la crisis en la que estamos insertos, que no basta hoy nada más hablar sobre los graves peligros que acechan entre la disputa hegemónica entre Estados Unidos y China que puede desembocar en una guerra nuclear efectiva. Incluso si esta no se despliega en el siglo XXI, la otra gran amenaza, su doble como bien apuntó el pensador mexicano Luis Arizmendi, son los desafíos que impone la crisis ambiental mundializada que viene acompañada indudablemente de la crisis alimentaria, la pobreza mundial y la terrible crisis epidemiológica que aún padecemos.

El presidente López Obrador tiene una mirada peculiar sobre el neoliberalismo, y es que, desde su perspectiva el problema central de este fue que desde este modelo económico se privilegió la corrupción.

El despojo de los recursos naturales estratégicos, la desaparición de la banca nacional, el endeudamiento indiscriminado con altas tasas de interés leoninas, el abandono del campo, el ataque directo al salario pudo ser posible porque las elites tanto políticas como económicas de los diferentes gobiernos del mundo sucumbieron a la corrupción emanada de los procesos de privatización. Condenando desde ahí a una masa social una economía voraz sin ningún contrapeso.

Algo que se deja de lado siempre en los análisis sobre seguridad nacional o seguridad mundial, ya que estos están centrados en la violencia política, sea que venga de estados o grupos interesados en la desestabilización decadente como Al-Qaeda, es justamente la violencia económica.

Muy duro el mensaje que dejó el tabasqueño “Nunca en la historia de esta Organización se ha hecho algo realmente sustancial en beneficio de los pobres, pero nunca es tarde para hacer justicia”, puso el dedo en la yaga, el problema es de orden económico y no nada más político.

La pandemia derivada de la Covid-19 vino revelar un rostro inhumano que aqueja a nuestra era. El reconocimiento del fracaso de COVAX ante los intereses de la Big Pharma es una dura advertencia sobre la viabilidad de la vida cuando se interpone la ganancia.

El mensaje es claro para quien lo quiera entender, el mundo está dirigiéndose a un proceso en donde la violencia puede escalar producido por este sistema que tiene un agotamiento inocultable. Asumir las causas que esto generan podrían detener un futuro al que nadie quiere llegar, la posibilidad de la destrucción de las condiciones para mantener la vida en el planeta.

El oriundo de Macuspana, desde su visión liberal, propone que el Estado sea quien pueda mediar ante este escenario. Sus propuestas para rescatar de la pobreza a los más necesitados pasan por las transferencias económicas que está realizando desde Sembrando Vida, Jóvenes construyendo el futuro, las pensiones a los adultos mayores y a las personas con alguna discapacidad.

Al mismo tiempo que intenta dotar de condiciones para sobrevivir a los más pobres, más allá de lo que el mismo Banco Mundial acepta para contenerlos y escamotear los efectos de la crisis económica, genera condiciones para el rescate a la naturaleza. El desarrollo no puede ni debe quedarse nada más en las ciudades, pasa por proveer de condiciones al campo. Esto evitaría los conflictos de migración, por un lado.

Las condiciones de precarización del grueso de la población mundial, y su empobrecimiento en el marco de la brutal concentración de la riqueza de unos cuantos, marcan a este tiempo como uno los más desiguales en toda la historia de la humanidad. No habíamos tenido las posibilidades de un desarrollo científico y tecnológico que potenciara la vida humana como el que ahora tenemos, pero al mismo tiempo jamás habíamos llegado al punto de que la mayor parte de la población apenas y pueda comer lo necesario para sobrevivir día a día.

La propuesta de un impuesto, hasta eso voluntario por parte de las grandes fortunas, quiere entablar un diálogo, ese dialogo juarista que tanto le gusta enfatizar, todo por la razón nada por la fuerza.

El estado mundial de fraternidad y bienestar traza la línea de una intervención para moderar la opulencia y sus tres líneas de financiamiento ponen al presidente López Obrador a la vanguardia de dirigentes liberales que, desde ya, han entendido la urgencia por salir de este estado de excepcionalidad.

El cuatro por ciento de las fortunas a las mil personas más ricas del planeta; cuatro por ciento a las mil corporaciones más importantes según su valor y el 0.2 por ciento del PIB de cada uno de los países del G-20 podrían dotar de un billón de dólares anuales para revertir esta tendencia histórica de devastación.

Lo otro es, bajo la tendencia neoautoritaria, mantener el proyecto de subordinación de los estados centrales sobre la periferia. Trasladar el pago de la crisis a los más pobres, y generar todas las condiciones para que la violencia política estalle como nunca, incluso nuclear, en este siglo XXI. Que no se diga que nunca hubo alternativas, una vino desde el México profundo.

 

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