Este es el impacto del cierre del Gobierno de EE.UU. tras fracasar el acuerdo de financiación

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El cierre del Gobierno de Estados Unidos, tras el fracaso de un acuerdo de financiación en el Capitolio, ya empieza a sentirse en la vida diaria de millones de ciudadanos. El impacto más inmediato recae en los empleados federales: cerca de 750 mil podrían ser suspendidos temporalmente sin goce de sueldo, lo que significa una pérdida estimada en 400 millones de dólares diarios para la economía del país, según cálculos de la Oficina de Presupuesto del Congreso.

A diferencia de quienes son enviados a casa, miles de trabajadores considerados “esenciales” deben seguir presentándose a sus labores, aunque gran parte de ellos no cobrará hasta que termine el impasse. La tensión entre cumplir con el deber y soportar semanas sin ingresos coloca a estas familias en una situación especialmente vulnerable. En contraste, otros funcionarios cuyo financiamiento no depende de asignaciones anuales del Congreso mantendrán sus sueldos intactos, lo que alimenta la percepción de desigualdad en medio del cierre.

El transporte aéreo es uno de los sectores donde el efecto se percibe con rapidez. Controladores de tráfico aéreo y personal de la TSA permanecen en sus puestos, pero la falta de personal de apoyo ya ha provocado demoras en vuelos y largas filas en los aeropuertos, un patrón que se repite cada vez que Washington se sumerge en este tipo de parálisis. Para los viajeros, el cierre significa más incertidumbre y menos eficiencia en un sistema ya saturado.

Los servicios culturales y turísticos también entran en terreno incierto. No está claro si los más de 400 parques nacionales estarán disponibles para los visitantes, aunque algunos estados han adelantado que destinarán recursos propios para mantenerlos abiertos. Por ahora, museos del Smithsonian y el Zoológico Nacional seguirán recibiendo público hasta el 6 de octubre, gracias a fondos previos, pero podrían cerrar si la crisis se prolonga.

La seguridad social, sin embargo, continúa siendo un salvavidas en medio del caos político. Los pagos mensuales a jubilados y personas con discapacidad seguirán fluyendo, al igual que las prestaciones por desempleo, siempre que las agencias estatales tengan recursos para procesarlas. Programas clave como Medicare y Medicaid tampoco se verán interrumpidos, lo que brinda cierto respiro a millones de familias dependientes de estos beneficios.

Los veteranos de guerra conservarán el acceso a servicios médicos esenciales, incluidos programas de prevención del suicidio, asistencia a personas sin hogar y líneas de crisis. Sin embargo, algunos apoyos importantes sí se suspenderán, como la Línea Directa de la Ley GI y los programas diseñados para ayudar a los militares a reintegrarse a la vida civil. Incluso actividades rutinarias como la instalación de lápidas en cementerios nacionales quedarán en pausa, un detalle que refleja el alcance simbólico y práctico de esta parálisis.

El cierre no solo paraliza oficinas y programas: erosiona la confianza ciudadana en la capacidad de Washington para resolver sus disputas sin afectar al país entero. A medida que los días pasen, los efectos se multiplicarán en comunidades, aeropuertos, servicios públicos y hogares que dependen de un salario estable. El costo político, como siempre, dependerá de quién logre convencer a los estadounidenses de que la responsabilidad recae en el adversario.

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