Lecciones de pandemia
De qué es más probable que fallezca una persona ¿De Covid-19 o por cardiopatía isquémica? ¿por cáncer o enfermedad pulmonar obstructiva? Si tu repuesta fue Covid-19 y cáncer, se debe a que estás más expuesto/a a información relacionada a esas dos enfermedades, que además nuestro imaginario asocia con la muerte. Pero tu suposición es incorrecta, según la estadística. Los mecanismos mentales que provocan suposiciones equivocadas fueron descritos por los psicólogos Tversky y Kahneman en 1981. Se denominan heurísticos y uno de ellos es el de disponibilidad. Los eventos de gran impacto quedan grabados en la memoria y creemos que tienen más probabilidad de repetirse aunque los datos demuestren otra cosa.
Durante la pandemia los medios de comunicación junto a las redes sociales nutrieron eficientemente nuestros sesgos y heurísticos. El Covid-19 se convirtió en el principal sospechoso de cualquier síntoma anormal y protagonista de innumerables diagnósticos equivocados. Una reacción esperable ante la amenaza de repercusiones desconocidas. A falta de datos claros y suficientes, el enorme miedo durante la primera etapa era razonable. A medida que avanzaba la comprensión de la enfermedad que de a poco derribó mitos y suposiciones, fueron disminuyendo los temores pero no en todos. Muchas personas no podían superar el primer impacto y el miedo quedó impregnado. Inamovible e inconveniente.
Falto mucho rigor periodístico en medios de comunicación y comunicadores para abordar la información concerniente al tema. Lejos de la objetividad abonaban más confusión amplificando temores personales -propios y de terceros- ya sea por desconocimiento o limitaciones para interpretar y contextualizar datos científicos; o algunas veces por intereses económicos y políticos que siempre embarran la cancha. Nunca hizo tanta falta la profesionalización del periodismo científico y la divulgación, o por lo menos el pensamiento crítico de las audiencias como contrapeso a tanta desprolijidad para dar a conocer los hechos. Por el contario, las personas quedaron presas de sus heurísticos y sesgos. El miedo crea un terreno fértil para la manipulación. Muchos medios evidenciaron como nunca el tamaño de su ética.
Como madre de familia era especialmente sensible a la información relacionada a niñas y niños. Al respecto identifico dos momentos álgidos del debate. El primero fue el regreso a clases presenciales y su relación con el aumento de contagios. Surgieron muchos reportajes y notas con una estructura similar: encabezados sensacionalistas, falta de contextualización de datos duros y falta de fuentes científicas especialistas y acreditadas.
Un buen ejemplo es una publicación de julio del 2021 en la revista “Forbes” cuyo encabezado era el siguiente: “LOS NIÑOS ENTRE LOS MÁS VULNERABLES A LA VARIANTE DELTA; AQUÍ LA RAZÓN POR LA QUE DEBERÍA PREOCUPARNOS” La nota se basaba en datos de un estudio publicado por la revista científica “The Lancet” sobre demografía, riesgo de ingreso hospitalario y efectividad de la vacuna ante la variante Delta que revelaba un incremento de su presencia en la población de niños de 5 a 9 años pero no señalaba mayor riesgo de cursar la forma grave. También había ligas a otras dos publicaciones, una de “The Guardian”, sobre un estudio de la persistencia de síntomas en menores después del alta hospitalaria y del diario “Insider” cuyo encabezado era: “LA VARIANTE DELTA ES MÁS COMÚN EN NIÑOS PERO SIGUE SIENDO RARA SU INFECCIÓN SEVERA”.
A pesar de que los datos arrojados en los estudios eran tranquilizadores, el cuerpo de la nota daba pocas precisiones mientras que su encabezado era alarmista expresándose en términos de “Preocupación” reforzado con el imperativo “debería”. ¿Qué padre o madre en su sano juicio ignoraría semejante nota periodística? ¿Qué padre o madre de familia tuvo el tiempo de leer los estudios mencionados? Ya el encabezado marcaba el tono emocional de la lectura de una pieza periodística confusa y por momentos tendenciosa. Según datos del Sistema Nacional de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes, en México el 31% de la población son menores de edad (39 millones). De abril del 2020 a julio de 2021, fecha de esa publicación, había 583 lamentables defunciones de menores, lo que significa un 0.001%. El número de contagios en el mismo periodo fue de 54,399 casos (0.13%). Quien no revisó las fuentes adecuadas se quedó con una idea distorsionada que el autor o el medio quiso transmitir.
La fórmula fue siempre la misma aunque en medios distintos: encabezados con términos subjetivos como IMPACTA, AFECTA, AQUEJA; falta de contextualización de datos duros y fuentes suficientemente acreditadas. El regreso a clases presenciales significaba un probable aumento de contagios pero en ningún medio encontré alguna nota que explicara en qué consistía el peligro. Por el contrario, dejaban entrever que ese aumento significaba un riesgo de gravedad por igual, incluso para niños y niñas sanas pero no era así. Nunca lo fue ni siquiera en las olas más críticas de la pandemia. El perfil de riesgo nunca cambió. La probabilidad de transitar la forma grave para los niños y niñas no rebasaba el 1%. No se exponían al peligro en el regreso a clases presenciales tal y como la estadística ya lo avalaba y el tiempo terminó de probar. Hizo mucha falta aclarar que el problema del aumento de los casos era la mayor probabilidad de infección a población vulnerable y la eventual saturación hospitalaria. Desde esa perspectiva la medida de los cuidados cambiaba. El temor también.
Para ese entonces, los datos de INEGI en México señalaban que las dos primeras causas de fallecimiento de niños de 1 a 4 años eran malformaciones congénitas y anomalías cromosómicas (16%) y accidentes de transporte (7.6 %). De 5 a 14 años los accidentes pasan al primer lugar y de los 15 años en adelante son por causas violentas. Un niño o niña tuvo más probabilidades de sufrir un accidente camino a la escuela o morir en su casa a causa de la violencia doméstica que los obligó a pasar más tiempo con sus agresores sin la red de contención que significa la escuela. Ni hablar de los efectos negativos en el desarrollo de habilidades cognitivas y sociales que ha significado el aislamiento social. Un tema bastante amplio y documentado.
El segundo debate en relación a los niños y niñas llegó con las vacunas. Padres y madres tuvieron que decidir entre abstenerse o elegir la protección inyectable con sus posibles secuelas a corto y largo plazo. Su valoración del riesgo de gravedad por Covid 19 y riesgo vacunal dependía de información escasa y dudosa que generó opiniones divididas. La desinformación confunde y atemoriza, y asustados no sabemos diferenciar entre lo posible y lo probable. En debates mediáticos se calificaba de insensible cualquier postura que cuestionaba la conveniencia y necesidad de inmunizar a los menores saludables por su baja probabilidad de riesgo o proponer utilizar ese recurso en otras áreas de salud más urgentes. Ya ni hablar de las legítimas dudas que todo producto médico puede generar. Quien cuestionaba su seguridad, era calificado de anti-vacunas, una generalización errónea y tergiversada quizás con propósito de censura que impedía un debate más amplio, profundo y pedagógico para la audiencia, permitiendo que un padre o madre se sintiera más seguro o segura con la medida que tomó, cualquiera que haya sido. En cambio, las decisiones fueron guiadas por el heurístico de disponibilidad a falta de información.
Durante la pandemia fue tal la presión social derivada del miedo, que era difícil saber si la autoridad decidía en base a criterios técnicos y científicos o en sintonía con las preocupaciones de la población. Futuros votantes que buscaban ansiolíticos en toda clase de medidas, incluso si eran contraproducentes o de probada ineficacia. Que sirva esta experiencia para fomentar el pensamiento crítico en la población. Que sirva para que medios y comunicadores tengamos la honradez y humildad de ver las consecuencias de nuestras limitaciones y asumamos como responsabilidad social ineludible la capacitación para la cobertura adecuada en temas de salud pública. No desinformémonos más. No otra vez.