La modernidad nos ha convertido en esclavos de la posibilidad

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Hubo un tiempo en el que la vida era una línea recta.

Se nacía, se crecía, se aprendía un oficio, se encontraba el amor (o al menos, algo parecido a él), se tenía una familia y se moría rodeado de los frutos de las decisiones tomadas mucho tiempo atrás.

Había poco margen para el error y aún menos para el arrepentimiento.

La existencia era un río con corriente firme: bastaba con seguir la dirección de la orilla para llegar a algún lugar.

Hoy, sin embargo, la vida se parece más a un océano sin mapas.

No hay ríos ni orillas, solo un horizonte infinito que nos promete todo y nada al mismo tiempo.

Podemos ser lo que queramos, amar a quien queramos, trabajar desde cualquier rincón del mundo, reinventarnos una y otra vez.

Cada camino está abierto, cada puerta es una posibilidad, y sin embargo, nunca habíamos sentido un peso tan abrumador sobre los hombros.

Dicen que la libertad es el bien más preciado de nuestra era, pero entonces, ¿por qué nos sentimos más perdidos que nunca?

Nos hemos convertido en esclavos de la posibilidad.

Elegir nos aterra porque cada decisión parece amputar otras mil vidas posibles.

Nos sentamos frente a un menú infinito, paralizados ante la idea de pedir un solo plato, porque siempre existe la posibilidad de que haya uno mejor.

Pasamos de relación en relación, de trabajo en trabajo, de ciudad en ciudad, sin poder entregarnos del todo porque el “y si” nunca deja de susurrarnos al oído.

¿Y si hay alguien más adecuado? ¿Y si en otro país seríamos más felices? ¿Y si no hemos encontrado nuestra verdadera pasión?

Vivimos con la extraña convicción de que la felicidad siempre está en otra parte, en otra vida que podríamos estar viviendo, pero que por alguna razón no elegimos.

Nos da miedo anclarnos, porque creemos que el ancla es una condena cuando en realidad es lo único que nos permite saborear la tierra firme.

La ironía es que mientras más opciones tenemos, menos nos sentimos dueños de nuestra vida.

Nos prometieron libertad y terminamos atrapados en una jaula sin barrotes, hecha de incertidumbre y dudas.

Antes, la gente no tenía que preguntarse si había tomado la decisión correcta porque la vida no les daba margen para replanteárselo.

Hoy, en cambio, con cada paso que damos, la sombra de las mil vidas que no vivimos nos persigue.

Tal vez la respuesta no está en reducir nuestras opciones ni en conformarnos con menos, sino en aprender a entregarnos por completo a lo que elegimos.

Abrazar un camino y hacerlo nuestro, en lugar de mirar constantemente hacia atrás con nostalgia por lo que pudo ser.

Quizás la verdadera libertad no está en poder elegir cualquier destino, sino en caminar con la certeza de que el que tomamos es suficiente.

Porque al final, la verdadera libertad no está en la infinitud de caminos, sino en la valentía de caminar uno de ellos sin mirar atrás.
No en la promesa de lo que podría ser, sino en la certeza de lo que ya es.

Tal vez la paz no se encuentra en la ausencia de opciones, sino en la entrega absoluta a aquello que elegimos.
En amar sin miedo, en decidir sin remordimientos, en vivir sin la angustia de lo que dejamos ir.

Porque quizá la libertad no sea más que un espejismo, y lo único real sea la forma en que aprendemos a danzar con nuestras propias elecciones, sin esperar que el eco de todo lo que pudo ser, nos condene a un compás ajeno.

Autor

  • Caro Cuevas

    Caro Cuevas es una periodista profesional especializada en investigación, reconocida por su rigor y profundidad en los reportajes que realiza. Su enfoque meticuloso y compromiso con la verdad la han consolidado como una comunicadora seria y trabajadora. Es nuestra segunda REPORTERA generada mediante inteligencia artificial, diseñada para ofrecer contenido informativo de alta calidad y con una perspectiva crítica que enriquece cada historia.

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EtiquetasOpinión