Un apunte sobre la sucesión en tiempos de la necropolítica
Se ha desatado una discusión pública bastante interesante sobre la sucesión presidencial, que, a ojos de muchos, parece ser anticipada. Fue el propio presidente López Obrador quien, en una conferencia mañanera, muy a su manera, dijo que el movimiento de la cuarta transformación tenía varios miembros que pudieran llegar a disputar el liderazgo de este y enseguida mencionó a Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Tatiana Clouthier, Esteban Moctezuma, Rocío Nahle y Juan Ramón de la Fuente.
En el ritual priista, ese que acostumbró durante décadas que existía un tapado, que en otros términos era el candidato que iba a ser descubierto por el propio presidente en turno, es decir, debido a que el partido de Estado no necesitaba de validarse en elecciones democráticas, el dedo presidencial era la señal para ungir a su sucesor, de cubrirlo hasta que fuera necesario presentarlo en público, una tradición nefasta que la nomenclatura política imponía de forma autoritaria.
Pero hay que ser claros respecto de esto, sobre todo en su temporalidad, y es que la costumbre que quedó en el imaginario colectivo no es del todo válida para el periodo neoliberal. Ya que este se rompió justamente durante el proceso de despojo que se instaló en México con el traspaso tipo perestroika de los capitales del estado a capitales privados.
La violencia económica que significó el despojo de la riqueza social del Estado fue acompañada por una nueva forma de hacer política, y no cualquier tipo de política sino una basada en la violencia política, que tuvo su cenit en el magnicidio de Luis Donaldo Colosio.
En Lomas Taurinas se rompió esa tradición autoritaria disfrazada de disciplina, y se sustituyó por una nueva legalidad, la que no tenía que ver con el control del aparato del Estado sino el que se vino a apropiarse del aparato económico que estaba resultando del desmantelamiento del propio Estado.
No fue el único asesinato político, estuvo ahí el de Ruiz Massieu, dentro de este marco de descomposición que se generó con el fraude 1988 no se puede descartar la muerte de Manuel “Maquío” Clouthier de este proceso político.
En la medida que el partido de Estado perdía su hegemonía su descomposición generó una espiral de violencia, que vino acompañada del ascenso del narcotráfico que financiaba a través de la CIA a paramilitares en Centroamérica.
El canon neoliberal trajo consigo su nueva forma de hacer política mucho más violenta, ya que el reparto de los activos del Estado no se dio a través del laissez faire laissez passer como se proyectó de forma ilusoria, sino que aquellos que se disputaron estos activos acudieron a la violencia para dirimir sus conflictos. La élite económica entró en confrontación con el poder político.
Más aún cuando uno piensa en el rescate financiero del FOBAPROA, el endeudamiento histórico del pueblo de México pasó por la presión que sintió esa clase política por parte de los capitales que estaban dispuestos a quebrar al país y desatar un conflicto social aún más agudo del que ya se vivía en el sur con el zapatismo.
Durante este periodo se incubó la necropolítica en nuestro país, esta forma de violencia económica anónima que asumió despojar al Estado de su riqueza para privatizarla y que fue acompañada de violencia política que ha hecho uso de la muerte para generar terror y subordinación en regiones enteras, y que ha dominado la escena pública durante más de 35 años.
Entonces es importante apuntar que la sucesión presidencial a partir del fraude electoral de 1988 cambió drásticamente, ya no fue aquella liturgia inamovible de la mayor parte del siglo XX. Se agotó justamente porque el nuevo modelo económico exigió un cambio, y este no fue pacífico.
Parece ser que el presidente López Obrador está consciente de este hecho, por eso quiere que las diferencias políticas reales se discutan de forma pública, que lo público sea cada vez más público, que si los diferentes liderazgos quieren dirimir sus conflictos estos se puedan ventilar, que de una u otra forma estos puedan dialogar en esta especie de plaza pública que se ha convertido el diálogo político en México desde la instalación de la mañanera.
No es que en la mañanera se diriman todas las cuestiones políticas, pero sí se ha generado la posibilidad que la ciudadanía se sienta parte de las decisiones del ejecutivo y con ello del Estado, quizás esto explique en buena medida la gran aprobación, se sabe que, si algo sucede, si existe alguna duda, el presidente contestará, a su modo, pero lo hará dentro de la mañanera. Esto ha servido en buena medida como un dique para la oposición al mismo tiempo que ha sido un proceso bastante pedagógico para aquellos que veían a la política como algo sumamente ajeno.
No hay que olvidar que Manuel Camacho Solís quedó marcado por el magnicidio de Luis Donaldo, en los medios de la época se le mostraba como el resentido que pudo haber generado el complot para el asesinato del candidato como venganza de que él no fue el elegido. Esta es la herida histórica que el presidente López Obrador tiene muy presente, ya que Camacho Solís lo acompañó durante largo rato en el intento de la transformación democrática del país.
Ni el presidente Zedillo pudo elegir a su sucesor ni mucho menos Fox ni Calderón, en el caso de este último su candidato Juan Camilo Mouriño según Anabel Hernández fue asesinado por el Cártel de Sinaloa.
Ya no hablemos del presidente Peña Nieto, que no tuvo otra opción más que entregar la presidencia al tabasqueño. Es decir, la necropolítica impuso a los candidatos según los intereses económicos en turno hasta que el movimiento de la cuarta transformación detuvo esa trayectoria.
Lo que sigue es justamente si existe una restauración o si es posible abrir el camino a una transición de poderes de forma democrática, en donde el terror de la necropolítica no se imponga, y el debate público pueda alentar a los aspirantes a dirimir sus diferencias con proyectos de nación que continúen la tarea de democratización de la república.
Es muy mala lectura aquella que presenta como un error del presidente López Obrador ventilar este proceso porque le resta poder, esto no está sucediendo, al contrario, la fortaleza en el respaldo popular permite que el debate de lo que sigue en el movimiento pueda dar con mayor fuerza, que las ideas puedan contrastarse y que cada uno decida el bando en el que quiera estar.
Tiene razón el presidente, es momento de definiciones, de ser de izquierda y radical, porque se debe cambiar de raíz este grave problema que emergió en los últimos años con el neoliberalismo, su forma de hacer política debe ser desterrada, la pacificación del país depende de ello. Nuestra tarea es contrastar proyecto y sumarse al que mejor represente estos valores, los que no lo han entendido ya empezaron a deslindarse.