AICM, un cuartel militar que opera como aeropuerto civil

La presencia de la institución castrense en un espacio comercial destinado a pasajeros civiles alimenta la percepción de que el AICM ha dejado de ser un aeropuerto y se ha convertido en un cuartel con vuelos comerciales
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La advertencia se ha vuelto casi un lema entre trabajadores y usuarios del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM): “Entre bajo su propio riesgo”, acuñada por Lourdes Mendoza. Lejos de ser una exageración, la frase refleja el desorden, la falta de planeación y la creciente tensión dentro del aeropuerto más importante del país, hoy bajo mando militar. A pesar de los cambios recientes en la dirección y de los discursos sobre eficiencia y seguridad, lo que impera es la improvisación, el exceso de ocurrencias y un clima laboral deteriorado.

El relevo en la Dirección General de Aeronáutica Civil no trajo consigo la esperada modernización del sector. Por el contrario, el nombramiento de un nuevo militar al frente del AICM ha generado críticas entre trabajadores y expertos que denuncian la falta de experiencia civil y turística en la gestión aeroportuaria. La administración actual, encabezada por el almirante retirado Carlos Velázquez Tiscareño, ha priorizado la apariencia sobre la funcionalidad, con obras apresuradas, remodelaciones sin planificación y decisiones que, según empleados, “cuestan millones y no resuelven nada”.

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Un ejemplo emblemático fue la remodelación del filtro Bravo de seguridad en la Terminal 1. Inaugurado con bombo y platillo en octubre de 2024, fue demolido menos de un año después para “volver a remodelarlo”. Las obras se repiten sin cronograma, sin supervisión técnica interna y sin explicación pública sobre el uso de recursos. Locatarios, aerolíneas y bancos reciben avisos de cierre de áreas con apenas horas de anticipación, lo que ha provocado pérdidas, caos operativo y, en algunos casos, riesgos directos para el personal.

La falta de planeación es tan evidente que algunos trabajos de remodelación se ejecutan sin esquemas de seguridad industrial ni coordinación con las áreas técnicas. En septiembre pasado, una trabajadora del AICM sufrió una fractura de dedo tras un accidente en una zona con escombros y materiales mal asegurados. El hecho, reportado por personal interno, no tuvo seguimiento público ni respuesta oficial más allá de un mensaje en un chat institucional pidiendo apoyo médico.

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Las anécdotas se multiplican. En el llamado “Módulo 11”, las obras duraron cuatro meses y el acceso al personal técnico del aeropuerto fue prohibido durante todo el proceso. Cuando faltaban tres días para la inauguración, los supervisores “descubrieron” que la empresa constructora había omitido instalar el sistema eléctrico. El personal de electromecánica del AICM fue llamado de emergencia para resolver el desastre, y mientras los altos mandos celebraban el corte de listón, las oficinas de American Airlines y Volaris, ubicadas debajo del módulo, se inundaban inexplicablemente bajo un sol radiante.

Todo esto ocurre mientras los controladores aéreos siguen trabajando bajo protesta. De acuerdo con reportes internos, falta cerca del 50% del personal necesario para cubrir la demanda aérea del país. Las jornadas se han vuelto extenuantes y el ambiente laboral, insostenible. Aunque la autoridad insiste en que “la seguridad de las operaciones es lo más importante”, los hechos muestran un escenario en el que el desorden, la falta de previsión y la opacidad han reemplazado la eficiencia prometida.

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En medio de la remodelación improvisada, los trabajadores y usuarios han comenzado a notar nuevos cajeros automáticos de Banjército dentro de las terminales. Nadie ha explicado si hubo licitación o si simplemente se instalaron por instrucción directa del mando militar. La presencia de la institución castrense en un espacio comercial destinado a pasajeros civiles alimenta la percepción de que el AICM ha dejado de ser un aeropuerto y se ha convertido en un cuartel con vuelos comerciales.

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