Ana Helena: cinco años de impunidad

Supo que le habían arrojado ácido cuando vio que la llave con la que se disponía a abrir la puerta de su casa comenzó a derretirse.
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En tercera persona

Supo que le habían arrojado ácido cuando vio que la llave con la que se disponía a abrir la puerta de su casa comenzó a derretirse. Entonces, el infierno indescriptible del dolor le abrió las puertas.
La tragedia de Ana Helena Saldaña comenzó hace cinco años, y aún no termina.
Ana Helena había regresado, tras romper con su pareja, a vivir a la casa de su madre, en la colonia Militar Marte, alcaldía Iztacalco.
El 12 de noviembre de 2018 volvió por la noche del trabajo. Videos de seguridad obtenidos más tarde mostraron que minutos antes del ataque dos personas, un hombre y una mujer, caminaban por una calle cercana. La mujer tenía en la mano una bolsa blanca.
A las 8:21 de la noche la pareja entró en la calle en la que vivía Ana y se sentó a esperarla en un parque.
Ana relató que mientras recogía algunas cosas en el interior de su auto, escuchó la voz de una mujer que insistía en venderle unas gelatinas.
Ana rechazó el ofrecimiento. En ese instante su vida cambió. La mujer sacó un recipiente con ácido clorhídrico y le arrojó el líquido en la cara. Tras cometer el ataque, los desconocidos huyeron en distintas direcciones.
Ana Helena quedó tendida con graves quemaduras en la cara, el cuero cabelludo, el pecho, el brazo y una pierna. Perdería por completo la visión del ojo derecho.
La fiscalía capitalina apuntó que la línea de investigación más poderosa era que Óscar “N”, expareja de la joven, había pagado a los atacantes para que cometieran la agresión.
Ana Helena recordaría después que, mirándola a los ojos, la fiscal Ernestina Godoy le juró que habría justicia. “Volví a verla hace poco y no sabía quién era yo”, relató.
Ese breve pasaje resume el caso entero.
Pese a que 80% de las personas que atendieron a Ana Helena en la fiscalía eran mujeres, la investigación, ha denunciado ella, sencillamente no avanzó.
Las cosas cambiaron cuando la entonces diputada capitalina Alessandra Rojo de la Vega, presidenta de la asociación No Es Una Somos Todas, se acercó para apoyarla en su búsqueda de justicia.
“Habían pasado días, semanas, años”, diría Ana Helena: “La fiscalía había dejado en el olvido mi carpeta. Todo lo que había en la carpeta lo había conseguido yo. Fui sometida a más de 15 cirugías, pero el delito de que fui víctima solo era considerado como ‘lesiones que tardan más de 15 días en sanar…’”.
Juntas, Saldaña y De la Vega recorrieron el país solicitando una reforma penal que considerara como delito el hecho de causar lesiones a mujeres mediante el uso de sustancias corrosivas. Lo lograron: “Era una realidad que no se quería mirar, que no se quería atender, pero mujeres de todo el país estaban siendo víctimas de este tipo de ataques”, explica Rojo de la Vega.
Decidieron, también, hacer público el caso. Rojo de la Vega lanzó un video (“Te vamos a encontrar… Ofrezco personalmente dar una recompensa a quien me dé información…) que rápidamente se viralizó y provocó un alud de llamadas y mensajes.
Una mujer dijo saber quién era el sujeto que aparecía en los videos recabados en las casas cercanas. Aún más: era su familiar. Lo había escuchado hablar del ataque.
La información fue entregada a la fiscalía y gracias a eso se logró la captura de Marcos “N”, el primero de los autores materiales.
Según Alessandra Rojo de la Vega, personal de la fiscalía vendió la identidad de esta testigo. “Tuvimos que sacarla de su casa, a ella y a sus hijos”.
No había nada sobre el autor intelectual. “En realidad, nunca quisieron hacer nada”, dijo Ana Helena. La joven decidió buscar refugio fuera del país.
Cinco años más tarde, de la misma familia de Marcos “N” surgió el nombre de la mujer que había aceptado atacar a Ana Helena. Se llamaba Karla Lizeth “N”. La investigación que realizó por su cuenta personal de la asociación No Es Una Somos Todas determinó que Karla Lizeth trabajaba en una gasolinería. El dato fue entregado a las autoridades. La detención se llevó a cabo hace unos días: un juez de control acaba de vincular a proceso a la presunta agresora, por el delito de feminicidio agravado.
Pero falta Óscar. Los abogados de la asociación descubrieron que recientemente fue detenido en Canadá, por delitos menores. Había dado con el refugio de Ana “y se tomó fotos en la esquina de su casa”, según denuncian.
El fin de semana pasado se lanzó un nuevo video para exigir que el agresor sea deportado, para exigir que las autoridades canadienses no vayan a dejarlo en libertad. Se cree, sin embargo, que la liberación de Óscar es inminente. De ese modo cerrarán cinco años de ausencia de justicia: cinco años de impunidad.