Argentina busca liderar la ONU y advierte que el organismo perdió su razón de ser frente a guerras y conflictos

La carrera por la Secretaría General de las Naciones Unidas comenzó a tomar forma desde América Latina con la postulación del argentino Rafael Grossi, actual director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, quien sostiene que la ONU atraviesa una crisis de identidad y eficacia en un mundo marcado por la fragmentación, las guerras abiertas y los riesgos globales. Su diagnóstico apunta a una organización que, a su juicio, se ha alejado de su misión central.
La candidatura, que será presentada formalmente por el Gobierno de Argentina, se inscribe en un momento clave para el multilateralismo, cuando la credibilidad del sistema internacional enfrenta cuestionamientos crecientes. Grossi, diplomático de carrera de 61 años, plantea que su experiencia al frente del OIEA lo coloca en una posición privilegiada para devolverle protagonismo a la ONU en escenarios donde hoy resulta prácticamente invisible.
El relevo del actual secretario general, António Guterres, se definirá en 2026, con la toma de posesión prevista para enero de 2027. En ese proceso pesa una tradición no escrita de rotación regional que favorece a América Latina, una región que no encabeza la organización desde el mandato del peruano Javier Pérez de Cuéllar, concluido en 1991.
El tablero regional, sin embargo, no está despejado. Grossi enfrenta la posibilidad de competir con figuras de alto perfil como Michelle Bachelet y Rebeca Grynspan, en medio de una presión creciente para que una mujer encabece por primera vez la ONU. El diplomático argentino rechaza que el género sea el criterio rector y sostiene que el desafío exige elegir a la persona más capacitada para garantizar la paz y la seguridad internacionales.
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El núcleo de su propuesta parte de una crítica frontal al funcionamiento actual del organismo. Grossi considera que la ONU olvidó la premisa fundacional para la que fue creada y que su ausencia en conflictos activos en África, Europa y otras regiones alimenta una percepción de irrelevancia, incluso entre las sociedades que alguna vez vieron en ella un garante del orden internacional.
Las tensiones con potencias clave, particularmente Estados Unidos e Israel, forman parte de ese desgaste. Grossi reconoce que las críticas existen y que deben ser escuchadas, sobre todo cuando provienen de los principales contribuyentes financieros del sistema. Desde su experiencia, asegura que Washington no busca abandonar la ONU, sino transformarla en una institución que ofrezca resultados tangibles.
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El diplomático también se muestra pragmático frente a liderazgos complejos como el de Donald Trump. Recuerda que durante la primera administración del mandatario estadounidense mantuvo canales de cooperación efectivos en temas sensibles como Irán, Corea del Norte y Siria, y subraya que el diálogo es indispensable para sostener la arquitectura global de seguridad.
En los conflictos actuales, Grossi ve ejemplos claros del potencial desaprovechado de la ONU. Señala el caso de Ucrania, donde el OIEA logró establecer presencia permanente en la central nuclear de Zaporiyia en plena zona de combate, y plantea que un rol similar podría desempeñar la organización en procesos de negociación y, sobre todo, en la etapa posterior a los enfrentamientos armados.
La agenda nuclear global refuerza su perfil técnico y político. Desde la situación delicada en Zaporiyia y las reparaciones pendientes en Chernóbil, hasta las tensiones por el programa nuclear iraní y la falta de transparencia de Israel fuera del Tratado de No Proliferación, Grossi insiste en que la única vía sostenible es el diálogo respaldado por inspecciones, diplomacia y presencia internacional activa.
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