Claudia Sheinbaum, el poder absoluto bajo la sombra del pasado

Claudia Sheinbaum tiene en sus manos al País. Ha tomado posesión como la primera mujer presidenta de México
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Claudia Sheinbaum tiene en sus manos al País. Ha tomado posesión como la primera mujer presidenta de México, un hito que representa mucho más que una victoria política. Es el triunfo de una lucha histórica de décadas, una batalla que muchos dieron por perdida, pero que hoy parece haber encontrado una nueva esperanza en las manos de Sheinbaum.

Con un apoyo popular arrollador y un Congreso favorable, al menos en la Cámara de Diputados, Sheinbaum comienza su mandato en una posición de poder casi absoluto. En el Senado, aunque la mayoría es más frágil, la adhesión de figuras como Miguel Ángel Yunes refuerza su capacidad de maniobra.

El México que recibe Sheinbaum es un país más plural que nunca. Paradójicamente, la pluralidad política ha permitido que todas las fuerzas que hoy ocupan el Congreso hayan sido, en algún momento, parte del gobierno o de la oposición. Todos, en mayor o menor medida, han contribuido a la construcción del México moderno.
No obstante, esa misma pluralidad podría ser la última trinchera contra el regreso de un modelo político que parecía desterrado: el partido hegemónico.

Los vientos que soplan anuncian el regreso de un poder centralizado en la figura presidencial, esta vez personificado en una mujer que ha sabido aprovechar su momento.
Con la concentración de poder en marcha, y un control casi total de los tres poderes de la Unión en el horizonte, nos enfrentamos a un panorama preocupante. Lo que costó décadas de esfuerzos y sacrificios para democratizar al país podría estar en riesgo de desmoronarse.

Los nombres que forjaron nuestra lucha democrática resuenan hoy con fuerza: Heberto Castillo, Ifigenia Martínez, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Clouthier, Manuel Gómez Morín, Luis H. Álvarez, Efraín González Luna. Todos ellos, luchadores incansables contra el partido de Estado, creadores de la resistencia que minó el poder del PRI, la maquinaria detrás de la llamada “dictadura perfecta”.
Su legado no es insignificante: la derrota del PRI en el año 2000 marcó el inicio de una nueva era, una era que permitió a la izquierda llegar al poder.

Hoy, sin embargo, parece que ese avance democrático podría desmoronarse. La historia de los jóvenes del ’68, de los campesinos de Aguas Blancas, de los 43 de Ayotzinapa, podría ser traicionada si dejamos que el poder se concentre una vez más en una sola figura, en un solo proyecto.

Claudia Sheinbaum llega al poder en un momento crucial. La estafeta de la democracia está ahora en sus manos.
Su origen en la lucha social y estudiantil le otorga una credibilidad innegable. Conoce de cerca el dolor de las víctimas de la represión, el precio de la resistencia, y el largo camino que ha recorrido el país desde los días de Gustavo Díaz Ordaz hasta Carlos Salinas de Gortari.

No podemos olvidar que sus raíces son limpias y que, hasta ahora, su trayectoria ha sido coherente con esos principios.
Sin embargo, el poder absoluto tiende a corromper incluso a los más bienintencionados. Sheinbaum debe ser consciente de que su mandato no solo representa una oportunidad para consolidar un proyecto político, sino también una responsabilidad histórica de mantener intacto el espíritu democrático que tantos sacrificios costó construir.

La oposición, aunque disminuida, tiene un papel fundamental en este proceso. Debe actuar con responsabilidad y firmeza, no solo como contrapeso, sino recordando de manera constante los principios democráticos que permitieron que hoy una mujer ocupe la presidencia.

La presidencia de Claudia Sheinbaum marca el inicio de una nueva historia para México. Es el momento de darle la oportunidad de gobernar, de demostrar que la izquierda puede consolidar una democracia funcional y equitativa.

Pero también es el momento de exigir congruencia, de recordarle que su llegada al poder es el resultado de luchas que no pueden ser olvidadas ni traicionadas.

El México de hoy está en sus manos. La democracia, en su sentido más amplio, está en juego. Lo que haga o deje de hacer en los próximos seis años no solo definirá su legado, sino el destino de un país entero.

Aquí empieza una nueva historia, una en la que todas las miradas están puestas en una sola figura: Claudia Sheinbaum.

 

 

YJ

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