El horror prevalece en Chilpancingo

El obispo sostuvo que no hacía falta desplegar en Chilpancingo operativos de marinos y militares.
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En tercera persona

El obispo Emérito Salvador Rangel afirmó hace más de un año que tanto la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, como la alcaldesa de Chilpancingo, Norma Otilia Hernández, sabían perfectamente quiénes eran los responsables de la violencia que impera en la capital del estado.
El obispo sostuvo que no hacía falta desplegar en Chilpancingo operativos de marinos y militares. Dijo que bastaba con que la gobernadora y la alcaldesa enviaran “directamente por los delincuentes”.
“Saben quiénes son los responsables. Incluso yo sé quiénes son, pero no lo puedo decir”, concluyó el obispo.
La madrugada del sábado 24 de junio, Chilpancingo volvió a temblar con una nueva imagen de sangre y horror. Policías estatales encontraron frente a la iglesia de San Mateo una camioneta Acura con las luces prendidas y la cajuela abierta.
En el cofre había cinco cabezas humanas. Regados en el pavimento, las piernas, el tórax, los brazos de siete personas desmembradas (cinco hombres y dos mujeres).
En una cartulina de color fosforescente le habían dejado un mensaje a la alcaldesa Ortiz Hernández: “Norma Otilia, sigo esperando el segundo desayuno que me prometiste después que veniste a buscarme. Con cariño, tu amigo”.
Una segunda cartulina estaba dirigida al síndico Andrey Marmolejo Vázquez, y lo acusaba de amenazar “a la gente con las licencias comerciales” para “llevarles las cuotas a Los Tlacos”.
En 2021 se demostró con testimonios la manera en que el crimen organizado había intervenido en las elecciones de Guerrero, para favorecer o imponer a sus propios candidatos. Los vínculos de la familia política de la hoy gobernadora con el crimen organizado eran conocidos por todos en Guerrero. No hubo espacio, sin embargo, más que para la celebración del triunfo de Morena.
Comenzó el avance de los grupos del crimen organizado, que pronto dejaron de combatir en los pueblos de la sierra y centraron su lucha por el control de las actividades delincuenciales en las calles mismas de la capital del estado.
2002 fue el año más violento en la historia de Chilpancingo. Ese año, los Tlacos y Los Ardillos se declararon la guerra por el control del transporte público, y la distribución de carne de pollo, de res, de cerdo.
El 11 de junio, en un ataque a la principal distribuidora de pollo de la ciudad, cinco hombres y una niña de 12 años fueron asesinados. En solo dos semanas se registraron en la ciudad 12 ejecuciones. En algunas zonas de Chilpancingo se suspendió el transporte público durante dos semanas. En los mercados, decenas de locales bajaron las cortinas. La ciudad se hundió en un toque de queda virtual. Los propios grupos criminales instalaron retenes en las calles céntricas, para someter a revisión a los vehículos que transitaban por estas.
El obispo Rangel declaró que “el gobierno había vendido el estado al crimen organizado”. Chilpancingo cerró el año entre los 50 municipios más violentos de México (hay 2,469).
El 10 de junio pasado, una familia desapareció camino a Palo Blanco. Los integrantes de esta, dos hombres y dos mujeres, aparecieron días más tarde en un video: estaban sometidos, atados. Los rodeaban otros hombres que habían sido privados de la libertad.
El más joven, Diego Gael “N”, admitió que, con otros compañeros, estaba encargado de llevar a cabo los asesinatos ordenados por un líder criminal conocido como El M (Jesús Baltazar Moreno). Dijo que entre otros asesinatos había participado en la ejecución del director del hospital de Quechultenango, Miguel Ángel Casarrubias Pérez.
El médico Casarrubias fue acribillado a las afueras de un centro comercial: según Diego Gael, lo mataron porque era el médico que curaba a Los Ardillos.
Según fuentes locales, los cadáveres que aparecieron decapitados el sábado pasado en Chilpancingo, y con mensajes para la alcaldesa y el síndico, corresponden a las personas que aparecen en el video subido a las redes por los mismos criminales.
Los grupos que tienen bajo la bota a comerciantes y productores de Chilpancingo, se acusan unos a otros de haber comprado la protección de las autoridades. Recientemente, se acusó al secretario de seguridad pública de proteger a Los Tlacos.
Dice el obispo Rangel que para nadie es un secreto la identidad de quienes ordenan la violencia que sacude Chilpancingo. Que la gobernadora y la alcaldesa saben perfectamente quiénes son.
Pero no ocurre nada, y los días, y las noches, y las madrugadas de horror siguen poblando Chilpancingo.

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