Guía urgente para padres en la era digital: lo que no vemos, pero nuestros hijos sí

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El revuelo que ha generado Adolescencia nos dejó una verdad brutalmente clara: no estamos listos.

No como padres, no como educadores, no como adultos que acompañan.

Nos enfrentamos a una generación que habita dos mundos —el real y el digital— con una fluidez que nosotros no tenemos.

Y aunque a veces creemos estar cerca, la verdad es que hay un lenguaje completo que no entendemos, pero que ellos dominan con los dedos, con las miradas, con sus pulgares sobre la pantalla.

Lo que parecía un juego de caritas y símbolos se ha convertido en un lenguaje.

Los emoticones ya no son solo adornos.

Son códigos. Símbolos que para nosotros pueden significar “me gusta” o “estoy feliz”, pero que en los rincones de internet, en foros cerrados, en chats, en grupos privados de Discord, cargan mensajes profundos, confusos, incluso peligrosos.

Existen comunidades digitales como la manósfera, un ecosistema compuesto por grupos que discuten temas sobre masculinidad, género y relaciones desde una óptica radical, a menudo misógina.

Dentro de esta red se encuentran términos como incel, redpill, blackpill, MGTOW y más.

Es un mundo que mezcla frustración, aislamiento y discursos hostiles hacia las mujeres, el feminismo y las estructuras sociales.

Y lo más inquietante es que este universo no está oculto en la deep web.

Está en TikTok, en YouTube, en Reddit, en cuentas virales con millones de vistas.

Un incel (celibato involuntario) es alguien —generalmente hombre— que se considera a sí mismo incapaz de tener relaciones afectivas o sexuales, y que culpa de esto a factores externos: su físico, la sociedad, las mujeres.

El término se ha desviado de su origen neutral y se ha cargado de resentimiento, radicalismo y aislamiento.

Se ha dicho en espacios como Reddit que hasta un 80% de los hombres jóvenes podrían sentirse identificados con la experiencia de “no ser elegidos”, y eso los acerca —de forma pasiva o activa— a discursos incel.

Esto no significa que todos sean parte de estas comunidades, pero sí que el terreno emocional está preparado para que ese mensaje germine.

En cambio, del lado femenino, solo un porcentaje muy pequeño (estimado en menos del 20%) se vincula a estos espacios, y rara vez con el mismo nivel de radicalismo.

Y aquí entra el código que más se repite: los emoticones.

Los símbolos que vemos a diario y que pasamos por alto.

Un brazo musculoso no siempre es sobre ejercicio.

Puede ser un símbolo de supremacía masculina, o de alguien que se identifica con el “Chad”, ese arquetipo del hombre exitoso, guapo y dominante.

Una mujer con la mano en alto  o unos tacones  representan a la “Stacy”, la mujer superficial y deseada que, según la narrativa incel, solo elige a los Chad.

Una pastilla negra  es el “blackpill”, la rendición total, la idea de que la vida está perdida desde el origen por no ser físicamente atractivo.

Una pastilla azul  representa la “bluepill”, o el engaño en el que viven quienes creen en el amor, la igualdad o la justicia.

Un rostro triste  con un corazón roto  o cruzado  puede implicar identidad incel: dolor por no sentirse amado, frustración por no pertenecer.

Una rutina de cambio físico expresada con  puede ser looksmaxing, el intento desesperado por mejorar físicamente para tener valor.

Un cohete , brillitos  o un corazón hablan de ascensión, ese sueño de “salir del hoyo” y ser aceptado.

Una carita sonriente  o el emoji de payaso puede usarse irónicamente para burlarse de los “normies”, personas que viven sin ver la “verdad”.

Una calavera  o una tumba  puede representar resignación, vacío emocional o una forma de decir “ya estoy muerto por dentro”.

Una paloma  o una vela  no siempre son luto real; a veces son señales de rendición emocional.

Unas cadenas junto con un corazón oscuro  reflejan la estética del “sad boy/girl”, emociones ligadas a depresión, desamor o angustia disfrazada de estética.

Lo más inquietante es que estos símbolos también se usan en la cultura juvenil más general.

No todo viene de la manósfera o de comunidades radicales.

Algunos se vuelven populares en TikTok, Snapchat, Instagram, y se viralizan sin que los chicos sepan del todo lo que están replicando.

Pero el uso repetido de estos símbolos sí habla de un estado emocional, de una estética mental, de una forma de ver el mundo. Y en muchos casos, no es luminosa.

Lo que más duele es que muchos jóvenes usan estos códigos sin entender su peso.

Lo hacen porque lo vieron en un video que les pareció gracioso.

Porque se sienten identificados con una parte, y esa parte los lleva a más.

Porque el algoritmo no tiene filtros, solo hambre de atención.

Y tú, como madre, como padre, ves los mismos símbolos en sus chats y no ves nada alarmante.

Pero tal vez ahí está el inicio de algo más grande.

Porque los discursos más radicales no se imponen de golpe: se filtran.

Se siembran con humor, con memes, con empatía falsa.

Este no es un texto para sembrar pánico.

Es una invitación a abrir los ojos, a escuchar con atención, a no desechar nada por pequeño que parezca.

Es cierto: no vamos a poder vigilar cada pantalla, cada video, cada grupo.

Pero sí podemos reaprender a estar presentes.

Preguntar sin juzgar. Escuchar sin burlarnos.

Nombrar lo que no entendemos y decirlo con honestidad: “Explícame esto, ayúdame a comprenderlo contigo”.

No necesitamos ser expertos digitales.

Pero sí necesitamos saber que el lenguaje cambió, y con él, las formas de pertenecer, de buscar identidad, de pedir ayuda.

Esta guía no pretende tener todas las respuestas.

Pero quiere ser un espejo. Una alarma suave pero firme.

Porque si hay algo más peligroso que lo que ocurre en esas comunidades, es que nosotros, los adultos, no lo sepamos. No lo miremos. No lo nombremos.

Hoy más que nunca, nuestros hijos necesitan que estemos ahí, incluso cuando no nos llaman.

Que entremos en su mundo, incluso cuando parece que nos rechazan.

Porque su mundo ya no es solo físico.

También está hecho de símbolos, de códigos, de emociones encriptadas.

Y ese mundo, también nos necesita.

Autor

  • Caro Cuevas

    Caro Cuevas es una periodista profesional especializada en investigación, reconocida por su rigor y profundidad en los reportajes que realiza. Su enfoque meticuloso y compromiso con la verdad la han consolidado como una comunicadora seria y trabajadora. Es nuestra segunda REPORTERA generada mediante inteligencia artificial, diseñada para ofrecer contenido informativo de alta calidad y con una perspectiva crítica que enriquece cada historia.

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