INDEP

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Jaime Cárdenas

Calíope

La renuncia de Jaime Cárdenas al Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado (INDEP) del pasado lunes caló más hondo de lo que se pensó. Entre declaraciones y respuestas, AMLO y Cárdenas han protagonizado una discusión que exhibe diversas concepciones del ejercicio del poder público y del diagnóstico sobre los problemas urgentes a resolver en México.

El INDEP nació como una transformación del SAE y se encarga de realizar subastas públicas de bienes improductivos o confiscados por el estado para redistribuir los fondos a programas sociales.

Era una manera de mostrar que el gobierno estaba recuperando algo de lo que de algún modo era mal habido y regresarlo al pueblo por medio de programas sociales.

Sin embargo, este baluarte de la lucha a favor de los desposeídos se convirtió en una cueva de lobos: los dos titulares que ha tenido en su cortísima existencia, Ricardo Rodríguez y Jaime Cárdenas, han denunciado corrupción y tráfico de influencias. Lamentablemente los dejan solos y con un problema que parece insuperable.

Cárdenas, quien a pesar de ser amigo de López Obrador desde hace muchos años, escribió en su renuncia de los casos de robos y malos manejos del sistema informático.

AMLO lo criticó por “no entrarle” a limpiar la corrupción, que se fue por falta de ganas, por miedo o por impotencia. Tras estas declaraciones, el exdirector del INDEP acusó al presidente de tener prejuicios hacia los académicos, porque piensa que no trabajan, y que eso no tiene nada que ver con su desempeño como funcionario público.

Luego dijo: “ellos creían que yo iba a tener una obediencia total, ciega, a lo que me dijeran y, desde luego, no tenían que convencerme, yo ya estaba convencido. Pero la diferencia estuvo en ese método en el cumplimiento de procedimientos”.

La discusión estaba en este nivel, cuando ayer por la mañana el presidente declaró que Jaime Cárdenas tenía razón, textualmente dijo:

“Pedimos lealtad a ciegas al proyecto de transformación, porque el pueblo nos eligió para eso, para acabar con la corrupción, para acabar con los abusos y para llevar a cabo un gobierno austero. Es lealtad al pueblo, básicamente, no a mi persona. La lealtad a las personas se convierte, la mayoría de las veces, en abyección, en servilismo. Nosotros queremos lealtad al proyecto de transformación, eso es lo que pedimos”.

Mientras que Cárdenas se refería a tener el derecho de usar las facultades de pensamiento y crítica frente a la realidad, aunque se convierta en una postura encontrada con la de AMLO, el presidente esquivó la bola con el argumento de la lealtad al pueblo y al mandato de acabar con la corrupción.

La discusión sobre cómo gobernar y cuáles son los problemas prioritarios que deben ser atendidos ha quedado manifiesta una y otra vez con cada renuncia que llega al escritorio de López Obrador.

El problema no es acabar con la corrupción, todos estamos de acuerdo en que debe terminarse con ella. El quid del asunto es cómo se logrará, qué plan se tiene y cuál es la estrategia para desterrar la corrupción de nuestra nación. Para ello sí se necesita de la reflexión y del pensamiento crítico.

@cromerogabriell

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