El policía Harfuch ¿de izquierda?
Es sumamente importante hacer un balance sobre el próximo cambio en la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, esto debido a la candidatura de Omar García Harfuch, quien se había desempeñado como el secretario de Seguridad Ciudadana de la capital del país.
En primer lugar, hay que aclarar que no se puede juzgar a Omar García Harfuch por ser el nieto de Marcelino García Barragán uno de los responsables históricos de la matanza de Tlatelolco el dos de octubre de 1968 ni mucho menos por ser el hijo de Javier García Paniagua, uno de los represores más feroces de la guerra sucia en contra de movimientos sociales. Entrar en esa dinámica le quita seriedad a cualquier análisis. Los hijos y los nietos de cualquier persona no tienen por qué cargar con responsabilidad alguna de sus familiares en hechos que no cometió ni conoció.
La candidatura de Omar García Harfuch pasa por lo menos tres elementos que revelan un proceso complejo en curso. Es evidente que su crecimiento en las encuestas tiene como fondo la necesidad del poder económico de contar con un elemento que pueda apoyarles en la correlación de fuerzas al interior de Morena.
La estructura electoral del partido, así como su fuerza burocrática no dependen en sí de su militancia, la cúpula ha logrado generar un efecto en donde el poder territorial de los gobernadores es pieza clave para darle viabilidad y gobernabilidad al país. Por lo que controlar una gubernatura es controlar ciertas áreas estrategias ya no sólo del país sino del proyecto de nación que intenta representar la cuarta transformación.
Morena ha generado un gran vacío en la discusión de ideas sobre el proyecto posneoliberal en curso, lo que importa es ganar la mayor cantidad de territorio e influencia política en la sociedad para evitar en primer lugar un golpe de estado, y en segundo para lograr generar una hegemonía en la cámara de diputados y senadores. Este mecanismo que es defensivo ante la ofensiva neoliberal que no termina de irse ha generado una alianza de políticas amplias en medida de la debilidad del proyecto de izquierda en el país.
El capital nacional y transnacional se ha dado cuenta que por lo menos dos sexenios no tendrá la influencia que tuvo desde la llegada de Salinas al poder con el fraude de 1988. Es por ello por lo que han emprendido la construcción de candidaturas y alianzas a lo largo y ancho del país. No sólo es que sea la Ciudad de México, pero es la que más se puede observar debido a la discusión pública y por ser epicentro de los poderes de la Unión.
Hay que dejar en claro que una cosa es que lo quieran o lo intenten y otra que logren hacerlo, y es que si se llegase a concretar la candidatura lo que no se quiere reconocer es que la estructura del partido ha logrado desplazar al movimiento social de sus cuadros y de su perspectiva.
La pérdida de espacios, en este caso diputaciones locales y alcaldías en 2021 fue una llamada de atención que no tuvo mayor eco, se siguieron las prácticas de dejar de lado el trabajo comunitario y cooperativo para darle más juego al corporativismo. Es normal ver ahora a los sindicatos de todo tipo en eventos para llenar los vacíos producidos por la falta de trabajo político en las comunidades.
La burocracia que se ha formado durante estos años en que la izquierda ganó la Ciudad con Cuauhtémoc Cárdenas es de tal magnitud que muchos ciudadanos ya no ven sus necesidades reflejadas en los antiguos grupos poder, y nadie está haciendo el trabajo para recoger el descontento y transformarlo de forma creativa en motor para profundizar políticas públicas posneoliberales.
Al burocratizarse la fuerza electoral esta ha perdido eficacia social. De hecho, más bien la ha combatido en la medida que busca cerrarle el paso a cualquier expresión que le pueda quitar los cargos, el reparto de beneficios que obtienen al controlar al Estado. Esta cerrazón se genera al pensar que la izquierda es la que está en el poder y esa es la única válida, las demandas sociales son una mercancía administrable para muchos grupúsculos que se hicieron del poder en la Ciudad.
Y cuando uno voltea a ver al movimiento social, existen dos vertientes en él que han generado un choque que ha degradado la capacidad de organización de la izquierda. El primero es que los grupos sociales que son apegados al Estado se han poco a poco convirtiendo en corporaciones que logran cobrar cuotas para lograr conseguir servicios, empleos o vivienda, y este corporativismo ha sido puesto en venta al mejor postor, pero como la izquierda no ha perdido el poder, de una u otra manera se pliega a él, pero sin tener una perspectiva de construcción comunitaria y social.
La segunda vertiente tiene más que ver con el rechazo per-ce a cualquier forma de gobierno, es la narrativa de que todos son iguales y que es lo mismo que gobierne un Milei que un Chávez. Lo que ha provocado que las críticas más radicales que podría enderezar al rumbo de la transformación, y sobre todo del conjunto social que se reconoce de izquierda tengan un enfrentamiento estéril que le abre la puerta a la derecha reaccionaria.
Es gracias a esto que emerge un perfil como el de García Harfuch, que muestra eficacia en el principal problema que la izquierda no ha podido abordar de forma contundente que es el de desmontar la necropolítica. La sociedad está harta de la violencia desbordada y ciertos sectores están más apegados a una política de mano dura que a una política de transferencias sociales para apoyar a las familias. A eso hay que sumarle que los perfiles que la izquierda ha creado nadie ha querido hacer carrera desde la seguridad pública para poder sacar resultados que convenzan a la sociedad. De hecho, el otro perfil que podía haber ocupado este cargo era Rosa Icela Rodríguez, pero fue hecha de lado.
Parece ser que ante un escenario de ascenso del PAN y de la derecha más conservadora, los capitales han visto la oportunidad de pedir la Ciudad de México como una concesión para cerrarle el paso a esta fuerza que después puede ser un factor importante de desestabilización de la presidencia de Claudia Sheinbaum.
En sí, Omar García Harfuch debe responder claramente por su participación en el momento en que la necropolítica hizo posible Ayotzinapa, una barbarie de nuestra época. No se puede dejar llegar a nadie sobre la base de pactos entre cúpulas y mucho menos sin tener certezas sobre la participación en la red de complicidades que hizo posible la desaparición-detención de los 43 jóvenes de Ayotzinapa. Esto es delicado por donde se le vea. No es politiquería, es asumir la verdad y romper sobre todo las complicidades que hicieron posible este proceso sobre todo por su cercanía con Luis Cárdenas Palomino.
La debilidad de la izquierda está generando una cesión al lado conservador del frente electoral de 2024 que Morena está conformando, este escenario no es producto de una persona, es producto de una forma de hacer política que no tiene un proyecto posneoliberal discutiéndose en todos lados, esos son los costos de dejar de hacer política desde abajo.