Retrasos en vuelos en los principales aeropuertos de EE.UU. por el cierre del Gobierno

El cierre parcial del Gobierno de Estados Unidos empieza a sentirse en el aire, literalmente. A una semana de iniciado el impasse político en Washington, la crisis se extendió a los cielos con retrasos en aeropuertos clave y torres de control operando con personal reducido o, en algunos casos, completamente cerradas. El corazón del problema radica en la Administración Federal de Aviación (FAA), que advierte una creciente falta de controladores aéreos disponibles, una situación que pone a prueba la seguridad y la eficiencia del sistema aéreo más activo del planeta.
La noche del martes, la torre de control del Aeropuerto Internacional O’Hare de Chicago —uno de los más transitados de Estados Unidos— funcionó con menos personal durante al menos nueve horas. Los retrasos promedio alcanzaron los 41 minutos, un número que, aunque parece manejable, se multiplica exponencialmente en un ecosistema aéreo interconectado. En Nashville, la instalación de aproximación y salida tuvo que cerrar por completo durante cinco horas, dejando el control del espacio aéreo en manos de un centro regional en Memphis, mientras los vuelos acumulaban retrasos de hasta dos horas.
El secretario de Transporte, Sean Duffy, reconoció que cada vez más controladores se reportan enfermos o simplemente no se presentan a trabajar, a pesar de que son considerados empleados esenciales y están obligados por ley a mantener sus funciones aun sin recibir pago durante el cierre. Las ausencias, aunque no constituyen una huelga formal —prohibida por la legislación federal—, han tenido un efecto equivalente. Un puñado de ausencias no programadas basta para desatar un efecto dominó en todo el país, dada la fragilidad del sistema.
El impacto se extiende a instalaciones clave en Houston, Newark, Las Vegas, Boston, Atlanta, Filadelfia y Dallas, donde la FAA reporta dotaciones mínimas de personal, especialmente en los turnos nocturnos. Los aeropuertos George Bush Intercontinental y Hobby, en Houston, ya experimentan demoras en tierra, mientras en California la torre de control de Burbank tuvo que cerrar por completo el lunes, obligando a los pilotos a comunicarse entre ellos mediante frecuencias comunes, una práctica aceptable solo en aeródromos menores.
La Asociación Nacional de Controladores de Tráfico Aéreo (NATCA) advierte que la crisis revela lo que por años han denunciado: un sistema estructuralmente vulnerable y con personal al límite. Nick Daniels, su presidente, señaló que los controladores enfrentan estrés y fatiga constantes, ahora agravados por la incertidumbre económica. Aunque todavía no han dejado de recibir su salario, el próximo pago, previsto para el 14 de octubre, podría ser el último si el cierre persiste. “Este es su sustento”, dijo Duffy. “Muchos se preguntan cómo pagarán la hipoteca o pondrán comida en la mesa si no llega su cheque”.
El sindicato, que representa a unos 20,000 trabajadores de la aviación, ha pedido evitar cualquier tipo de acción que pueda interpretarse como protesta laboral, consciente de que el clima político los coloca bajo una lupa. Sin embargo, los analistas coinciden en que el aumento de ausencias, voluntarias o no, responde más a la presión psicológica y al desgaste que a una estrategia de boicot. Mary Schiavo, exinspectora general del Departamento de Transporte, lo resumió con crudeza: “Hay estrés, hay miedo, y cuando la gente se siente al borde, surgen las bajas por enfermedad. Pero esto no es un sabotaje; es agotamiento humano”.
Durante el cierre de la torre de Burbank, las comunicaciones entre pilotos evidenciaron la tensión de operar sin supervisión. Los vuelos debieron coordinar posiciones y movimientos mediante el canal CTAF, que permite mantener la distancia de seguridad sin apoyo de controladores. Aunque la FAA considera este método “factible”, también admite que añade un margen de riesgo. FlightAware reportó más de dos horas y media de retrasos acumulados en ese aeropuerto mientras los pilotos actuaban, literalmente, como sus propios controladores.
A medida que la parálisis política continúa en Washington, los expertos temen que el sistema aéreo estadounidense entre en un punto de vulnerabilidad crítica. Lo que hoy son retrasos podría convertirse mañana en cancelaciones masivas, o peor aún, en incidentes que comprometan la seguridad. La aviación civil funciona sobre la premisa de la coordinación milimétrica; sin ella, basta un descuido para transformar el cielo más vigilado del mundo en una zona de riesgo. El cierre del Gobierno, una vez más, recuerda que la política en tierra puede tener consecuencias impredecibles en el aire.
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