Rostros de la tragedia de migrantes en México
Dos veinteañeros ilusionados parten de pueblos latinoamericanos lastrados por la marginación, en busca de un “sueño americano” que termina asfixiado por la cruda realidad de la frontera entre México y Estados Unidos.
Francisco Rojche, un guatemalteco de 21 años, y Orlando José Maldonado, un venezolano de 26, son dos de los 40 extranjeros que murieron en el incendio de un centro de detención de migrantes en la mexicana Ciudad Juárez el pasado 27 de marzo.
Francisco Rojche, Guatemala
Una semana antes, el 19 de marzo, Francisco abandonó la precaria aldea de Siete Vueltas y se marchó con su primo Miguel, de 37 años, padre de seis hijos.
Ambos perecieron en el siniestro que se desató cuando un migrante prendió fuego a colchones y los encargados del lugar no hicieron nada para sacarlos del calabozo, según dijo la Fiscalía basada en imágenes de videovigilancia. A esa celda eran conducidas las personas que no han regularizado su situación migratoria.
“Se fue por el desempleo”, dice a la AFP el padre de Francisco, Manuel Rojche.
“Se meten en la cabeza que para tener mejor futuro dicen ‘vamos a arriesgar nuestras vidas y nos vamos a los Estados Unidos‘ y al final de cuentas suceden un montón de cosas en México”, lamenta este albañil de 47 años.
Ubicado a 160 km al sur de la capital guatemalteca, Siete Vueltas es un poblado caluroso con calles de tierra. Tiene cultivos de caña de azúcar y limón, y algunos predios de pequeños ganaderos, pero pocas oportunidades para los jóvenes.
Soltero y sin hijos, Francisco era el segundo de cinco hermanos y quería trabajar en Estados Unidos para superar la pobreza, cuenta su padre.
Soñaba con comprar un terreno y construir una casa, meta inalcanzable en su país, donde 59% de los 17 millones de habitantes viven en la pobreza.
En Guatemala “trabajas mucho y ganas poquito”, afirma Rojche en su vivienda de bloques de cemento, sin puertas interiores y láminas de zinc.
Conmocionada al recordar que su hijo era muy activo y bailarín, la madre de Francisco, Rosario Chiquival, tuvo que ser atendida por otros familiares, atestiguó la AFP.
“Estaba desesperado por la necesidad del dinero, no alcanzaba. Tomó una decisión, pero lamentablemente […] no llevó a cabo el plan que él había hecho“, agrega el padre al romper en llanto.
Su familia improvisó un pequeño altar en la que fue su habitación, con una fotografía suya, flores y velas. Esperan recuperar pronto los restos para sepultarlos.
Emanuel Tziná, primo de ambas víctimas, siente “rabia” porque sus parientes murieron mientras estaban en custodia de quienes debían protegerlos.
“Nos duele bastante, nos mantiene con una rabia, con un nudo en la garganta, al saber que fue bajo el resguardo del gobierno mexicano”, dice Tziná, de 35 años.
De los 40 muertos, 18 son guatemaltecos.
Orlando José Maldonado, Venezuela
Orlando José Maldonado, de 26 años y padre de un niño de siete, salió de su casa en Tucape, pueblo rural del estado venezolano de Táchira, el pasado 9 de octubre. Atravesó la peligrosa selva del Darién, entre Panamá y Colombia, rumbo a Estados Unidos.
Se sumó así a los cerca de 7 millones de venezolanos que han dejado el país debido a la grave crisis socioeconómica.
La última vez que habló con su familia fue el 26 de marzo.
“No había un día desde que se fue que no me llamara”, recuerda su madre, Aidé Pérez, de 62 años, junto a dos fotos de Nando, como lo llamaba cariñosamente, colocadas sobre un viejo portarretrato al lado de una vela encendida y unos querubines de cerámica.
Tras enterarse del incendio, Aidé llamaba diariamente a su número celular esperando infructuosamente una respuesta, hasta que se confirmó su muerte.
Sobre su cama, la familia muestra ropa, unas zapatillas desgastadas, fotografías de niño y gorras que Orlando dejó para su regreso. Una bandera venezolana pende sobre la cabecera.
“No le gustaba estarse tranquilo, hacía ‘delivery’ [reparto a domicilio] de una tienda pero le gustaba hacer de todo. Le metía a la mecánica y decía que quería darle un buen futuro a su hijo”, recuerda Aidé.
Orlando Genaro Maldonado, el padre de 65 años, cuestiona las circunstancias de la catástrofe.
“¿Por qué prácticamente asesinar a esos muchachos si eran muchachos sanos?”, reclama. “La mayoría de los que se van de aquí, se van a trabajar, a buscar otro futuro porque en realidad en este país no tenemos vida”, dice el hombre.