Solo la solidaridad impide una tragedia humanitaria en el Congo

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Lopa, República Democrática del Congo, 14 May (Notimex).- La emergencia humanitaria causada por el conflicto de Ituri alcanzó niveles alarmantes. Los campamentos oficiales para desplazados están saturados y, por eso, surgen campamentos informales por toda la provincia donde se registran recién llegados todos los días.

Lo más llamativo de esta tragedia congoleña es la gran solidaridad de la gente de las aldeas que no sufrieron ataques hacia familiares, amigos y conocidos que perdieron las pocas posesiones que tenían. Lopa es uno de estos pueblos.

Malobi Lovi está muy preocupado. Ya no sabe cómo manejar la crisis que afecta a la aldea de la que es alcalde. A pesar de su corta edad, 36 años, goza de gran popularidad. No hay ni un anciano que no se dirija a él por cualquier controversia o incluso por un simple consejo.

“Yo ya tenía bastante con lo mío, pero ahora, con la llegada de todos estos hermanos necesitados, ya no sabemos cómo hacerlo”, dice Malobi, quien, vestido completamente de blanco, logra casi milagrosamente no ensuciarse a pesar de que las calles no están asfaltadas y hay polvo rojo por todas partes.

“Apelo continuamente al gobierno provincial para que nos envíe ayuda, pero la única respuesta que recibo es que hace falta tiempo”, manifiesta.

Lopa es un pueblo de aproximadamente 10 mil habitantes. Desde hace poco más de cinco meses, los desplazados, unas ocho mil personas, prácticamente hicieron duplicar la población local. Los recién llegados huyeron de sus pueblos, completamente arrasados.

¿Por qué? El enésimo conflicto de la provincia de Ituri, un amplio territorio que mide más de 65 mil kilómetros cuadrados, en el este de la República Democrática del Congo.

El pasado 12 de diciembre un ataque a dos jóvenes mujeres de etnia Hema por parte de dos chicos Lendu cerca de la ciudad de Djugu, también en Ituri, dio rienda suelta de nuevo a los disturbios entre estos dos grupos.

Desde hace más de 40 años los Hema y los Lendu -los primeros, pastores, y los segundos, campesinos- se enfrentan periódicamente.

Se trata de una guerra tribal que tiene sus raíces en la disparidad de trato que dispensaron los colonizadores belgas y que hoy es fomentada por milicias cercanas a ambos grupos étnicos que pretenden hacerse con los ricos recursos naturales de Ituri.

El gobierno central de Kinshasa nunca intervino con convicción para pacificar esta atormentada provincia en la que todos los días hay asesinatos con machetes. Según las estimaciones de la ONU, entre campamentos oficiales e irregulares hay unos 340 mil desplazados.

“Hace casi cuatro meses que estamos aquí -explica Janette Tabo, de 42 años, madre de ocho hijos, originaria de la aldea de Maze, en el umbral de su nueva cabaña en construcción-, y no fue nada fácil llegar”.

“Tuvimos que cruzar varias aldeas, algunas de las cuales nos rechazaron. Lo perdimos todo, desde la casa hasta las cabras que nos alimentaban”, dice

Recuerda que “fueron los Lendu quienes nos hicieron esto. Llegaron con machetes y pistolas y sembraron el pánico en todas partes. Los que se quedaron en el pueblo fueron quemados vivos dentro de su propio hogar o asesinados con machetes”.

En Lopa, un pueblo de mayoría Hema, hay dos verdes colinas que están completamente ocupadas por personas desplazadas.

“Los primeros hermanos -explica el alcalde, Lovi, que se ofrece como guía del campamento- llegaron pocos días después del inicio de la nueva ola de violencia. Al correrse la voz, poco a poco se unieron a ellos los demás”.

“El problema es que no estamos ni mínimamente equipados para albergar a todas estas personas. No tenemos ningún registro, pero son más de ocho mil personas. Aquí falta de todo, comida, agua potable y letrinas. La gente se pone enferma, especialmente de cólera”, denuncia.

No hay ninguna escuela. Miles de niños no pueden hacer otra cosa que jugar al fútbol en el único campo del pueblo.

A excepción de una pequeña clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF), el campamento de Lopa nunca recibió ningún tipo de ayuda humanitaria, ni del gobierno ni de grandes organizaciones humanitarias.

Recientemente el Programa Mundial de Alimentos (PAM), a través de la ONG local Ajedec, realizó inspecciones para hacerse una idea de la magnitud de la emergencia, pero parece que todavía falta tiempo para una eventual distribución de primeros auxilios.

Sobreviven gracias a los frutos que crecen espontáneamente alrededor de Lopa y a la poca yuca que pueden obtener de los huertos plantados entre una choza y otra.

Pero es sobre todo la solidaridad de los habitantes de Lopa, que también tienen problemas, la principal fuente de sustento de los desplazados.

“Estamos infinitamente agradecidos a nuestros hermanos de Lopa por su apoyo, dice Bahati Litsinga, de 28 años, que en su pueblo de Tchatsikpa tenía una tienda en la que vendía bebidas, refrigerios y leche en polvo.

“Organizan recolectas para comprarnos bolsas de arroz y harina, nos prestan las herramientas para construir las cabañas. Ellos entienden nuestro sufrimiento, saben que nos morimos de hambre”, señala.

Arega que “los habitantes de Lopa actúan bien, no como el gobierno, a quien nunca vimos por aquí”.

“Exasperados por esta situación, algunos jóvenes regresaron a nuestros pueblos y encontraron solo casas destruidas y cadáveres. Ni siquiera tuvieron tiempo de enterrar a esos pobres por miedo a ser descubiertos por los Lendu. Si te encuentras con los Lendu, estás perdido”, admite.

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