La odisea detrás de “La caída de Ícaro”, la foto que redefinió los límites del astrofotógrafo moderno

La fotografía, obtenida al límite del tiempo y de la física práctica, combina arte y ciencia en un solo instante congelado sobre el desierto de Arizona
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La construcción de una imagen que ya es considerada un hito en la astrofotografía comenzó con un margen mínimo de error y una coreografía casi imposible entre tierra, cielo y sol. La fotografía “La caída de Ícaro”, capturada por Andrew McCarthy tras seis intentos fallidos, cristaliza un salto en paracaídas alineado milimétricamente con el rostro ardiente del sol, una idea que parecía más cercana al mito que a la física real. El proyecto dependía de un instante exacto, un ángulo perfecto y la voluntad de un equipo decidido a materializar lo que muchos habrían dejado en el terreno de lo impracticable.

El escenario elegido para este desafío —el seco lecho del lago Wilcox Playa, en Arizona— añadió dramatismo al proceso, pues mientras McCarthy preparaba su equipo, los trenes de carga cercanos temblaban el suelo y amenazaban con arruinar meses de planeación. En el aire, su amigo Gabriel C. Brown esperaba la señal para saltar, consciente de que el piloto solo estaría disponible esa mañana. La tensión crecía mientras el sol ascendía y el margen para repetir intentos se evaporaba con la luz.

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La cuenta regresiva final fue una mezcla de precisión técnica y fe absoluta. Desde el cielo, Brown le recordó a McCarthy que no ordenara el salto hasta estar totalmente seguro. Desde tierra, el astrofotógrafo confirmó la alineación, apuntó su equipo y lanzó el conteo que definiría la historia del proyecto: “Tres, dos, uno, ¡ya!”. El paracaidista se lanzó al vacío y, en pleno descenso, preguntó por radio si la toma había sido capturada. Esta vez, la respuesta fue afirmativa: la silueta humana quedó congelada frente al disco solar con una nitidez que parecía desafiar la realidad.

La preparación que permitió ese momento nació de una obsesión que McCarthy arrastra desde la infancia, cuando observaba planetas fosforescentes en la pared de su habitación y salía con un telescopio junto a su padre a descubrir Saturno y Júpiter. Años más tarde, tras un empleo rutinario y un telescopio de 500 dólares, recuperó la sensación de insignificancia y maravilla que lo ató para siempre al cielo. Aquella emoción lo llevó a improvisar adaptadores, tomar imágenes rudimentarias y, poco a poco, abandonar la oficina para dedicarse profesionalmente a mostrar el universo desde la lente de un telescopio.

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Los proyectos se volvieron más ambiciosos mientras buscaba nuevos retos. Tras fotografiar un cohete cruzando el sol, McCarthy encontró en el paracaidismo la pieza faltante para su siguiente gran obra. La idea surgió después de un salto recreativo: capturar a una persona cayendo frente al sol crepuscular. Lograrlo implicaba sincronizar altura, trayectoria del avión, posición en tierra y el instante exacto en que el cuerpo humano quedaría delineado contra la superficie solar.

La complejidad técnica llegó al extremo de usar el brillo reflejado por sus telescopios como señal para el piloto, quien debía posicionar el avión exactamente entre el sol y la cámara. El resultado final no solo evocaba la leyenda de Ícaro, sino también una metáfora sobre la ambición humana frente a la inmensidad incontrolable del cosmos. Para McCarthy, el nombre de la fotografía no alude a la tragedia, sino a la eterna superioridad del sol, esa fuerza que brilla indiferente ante cualquier intento humano de dominarla.

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El impacto llegó rápidamente al mundo de la astrofotografía. Colegas como Connor Matherne reconocieron de inmediato la magnitud del trabajo, destacando que McCarthy volvía a romper fronteras técnicas y creativas dentro de la disciplina. Pero la viralidad trajo consigo un segundo desafío: el escepticismo. En una era saturada por IA y montajes digitales, muchos usuarios dudaron de la autenticidad de la imagen.

Para enfrentar esa ola de sospechas, McCarthy publicó material detrás de cámaras y abrió sus archivos de postproducción, explicando el uso de apilamiento de imágenes para detallar el sol y reducir ruido. Aunque la incredulidad puede resultar frustrante, tanto él como otros expertos subrayan que la verdadera recompensa está en compartir momentos reales capaces de revelar la belleza del universo sin trucos ni artificios, solo con la paciencia y el ingenio necesarios para capturarlo.

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Autor

  • Carlos Puelma

    Soy Lic. Informático y Lic. en Mercadotecnia con Maestría en Marketing Digital. Me especializo en SEO para medios de comunicación desde 2003. Me encanta viajar y recorrer el mundo cada vez que tengo la oportunidad. He tenido la fortuna de conocer más de 40 países en los 5 continentes, por lo tanto, me reconozco como un verdadero nómada digital.

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