El misterio de los 1,44 MB: la cifra que convirtió al disquete en un ícono mundial

Una nostalgia encapsulada en plástico y metal que recuerda el estrecho margen de maniobra con el que la informática moderna dio sus primeros pasos
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El famoso límite de 1,44 MB en los disquetes de 3,5 pulgadas no solo definió una era tecnológica, sino que también escondió un secreto que millones de usuarios nunca conocieron: esa capacidad no era real. La cifra, más que un valor técnico preciso, fue una convención híbrida entre sistemas de medición que terminó imponiéndose en la industria y marcando a toda una generación que aprendió a medir la información en megabytes y a ahorrar cada byte como si se tratara de oro digital.

El ángulo central del fenómeno radica en que el disquete, protagonista de los años noventa, nació bajo parámetros estrictos de capacidad física, pero se popularizó bajo una interpretación comercial. Aunque la mayoría lo conocía como un dispositivo de exactamente 1,44 MB, su almacenamiento real rondaba los 1,41 MB en términos estrictamente binarios. La diferencia la introdujeron los fabricantes que, en un intento por simplificar la comprensión del consumidor, mezclaron cálculos decimales y binarios hasta obtener una cifra redondeada y fácil de recordar.

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Ese estándar se consolidó en el contexto de una informática que aún dependía de soportes portátiles vulnerables a limitaciones físicas. El disquete de 3,5 pulgadas, desarrollado por Sony en 1981, representó un salto frente a los frágiles discos de 5,25 pulgadas gracias a su carcasa rígida y su mecanismo metálico de protección. Sin embargo, fue hasta que IBM lo integró a su línea PS/2 en 1987 que el formato se volvió dominante, convirtiéndose en el puente esencial entre computadoras personales, oficinas, escuelas y laboratorios.

En términos técnicos, la capacidad del famoso disquete se explicaba mediante una estructura fija: 80 pistas por cara, dos caras y 18 sectores por pista, cada uno de 512 bytes. El resultado, 1.474.560 bytes, equivalía a 1.440 kilobytes si se dividía entre 1.024. La cifra final de 1,44 MB surgió cuando se transformaron esos kilobytes en megabytes usando 1.000 en lugar de 1.024. Un truco conceptual, no un avance físico, permitió que la cifra se volviera estándar global.

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La popularidad del formato, sin embargo, no se debió a su capacidad, sino a su funcionalidad. En los noventa, almacenar documentos, tareas escolares, juegos e instaladores dependía de dividir archivos, comprimirlos o utilizarlos en serie. Esa limitación obligó a programadores y usuarios a optimizar cada dato, un ejercicio que contrasta radicalmente con el presente, donde una sola app de teléfono puede ocupar el equivalente a 70 disquetes.

Aunque existieron versiones anteriores de menor capacidad —360 KB y 720 KB— y posteriores intentos por ampliarla a 2,88 MB, ningún formato logró desplazar al disquete de 1,44 MB hasta la llegada del CD-ROM. Con sus 650 MB, los discos compactos inauguraron una época en la que los megabytes dejaron de ser un recurso escaso para convertirse en un estándar abundante. Luego llegaron las unidades ZIP, las memorias USB y, finalmente, la nube, enterrando definitivamente la era magnética del almacenamiento portátil.

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El fin del disquete quedó sellado en 2011, cuando Sony cesó su producción. Para entonces, el ícono cuadrado ya había dejado de ser un objeto práctico y se había convertido en un símbolo persistente: el botón de “Guardar” en innumerables programas. Una nostalgia encapsulada en plástico y metal que recuerda el estrecho margen de maniobra con el que la informática moderna dio sus primeros pasos.

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