Ingenuidad
Es preferible pecar de ingenuidad a caer en la complicidad complaciente.
Optar por opinar con el riesgo del escarnio, a callar con la seguridad del contubernio, es la opción en estos momentos que vive nuestro país.
México, cuna de civilizaciones milenarias, tierra de lucha y resiliencia, merece líderes que encarnen la grandeza de su historia y la esperanza de su pueblo.
La nación, un mosaico de voces, sueños y anhelos, clama por servidores públicos que trasciendan las mezquindades del poder y se eleven a la altura de su destino.
No es momento para la discordia estéril ni para el espectáculo que desdibuja el compromiso.
Cada palabra, cada acción de quienes asumen la responsabilidad de guiar al país, es escrutada por millones de ojos que buscan en ellos un reflejo de dignidad, integridad y visión.
La ciudadanía, testigo incansable, no pide perfección, sino autenticidad; no exige grandilocuencia, sino resultados.
México reclama políticos que, sin distinción de colores o ideologías, comprendan que el privilegio de servir no es un trofeo, sino un mandato sagrado.
Que sus debates sean un faro de ideas, no un eco de rencores.
Que sus decisiones prioricen el bienestar colectivo sobre el cálculo personal.
Que su conducta sea un ejemplo que inspire a las generaciones, no una sombra que alimente el desencanto.
Hoy, más que nunca, la nación demanda de sus líderes un compromiso inquebrantable con la verdad, la justicia y la unidad.
Que cada paso que den resuene con el peso de la responsabilidad que cargan.
Que sus corazones latan al ritmo de un pueblo que, pese a las adversidades, no ha dejado de creer en un futuro mejor.
México no merece menos que gobernantes a la altura de su grandeza, y el tiempo de responder a ese llamado es ahora.
YM