No hay mal que dure cien años

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Viene la celebración del día más festejado del año, el 15 de septiembre, con la fiesta en Palacio Nacional y el “grito” de independencia, como lo dice la tradición.
Todo México se une a la fiesta en toda la plataforma del Zócalo. Es un día de fiesta de todos los mexicanos, en todas las ciudades.
Pero ahora, el presidente en turno decidió no invitar al poder legislativo ni al poder judicial, porque “ no se llevan bien”.
La estatura social y su calidad como estadista de López Obrador cada vez se reduce más al tomar estas decisiones absurdas y groseras ante los otros poderes, con la imposibilidad de tener una convivencia de altura.
Que alguien le explique que no es su fiesta, que el Palacio Nacional no es suyo, que es un día festivo para todos los mexicanos y así lo marca nuestra tradición. Que haga el ridículo es una vergüenza para todos los mexicanos.
Desde que se apoderó del Palacio Nacional para instar su casa temporal, se cerró a las visitas para admirar su estructura y lo murales en muros y escaleras, propiedad de todos los mexicanos.
Tristemente esas reacciones infantiles no son aceptables en un jefe de estado, en donde debe reinar la conciliación, el diálogo, la convivencia con diferentes maneras de pensar y el respeto a los diferentes actores en un país, siendo la máxima autoridad.
Ya conocemos que nuestro presidente en turno carece de esas cualidades de un jefe de estado con todo el poder que ostenta y se va por el camino del insulto, la descalificación, el menosprecio y un sarcasmo corriente sin ingenio.
Querer cambiar a una persona que no conoce la cordialidad y el respeto mutuo es imposible porque es la esencia de la persona desde su formación. Lo bueno es que le queda poco tiempo en el poder, esperando que volvamos a una relación cordial entre todos los mexicanos, con  las obvias diferentes maneras de pensar.
Lo bueno es que,
“No hay mal que dure cien años”

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