Las rémoras de la presidenta de México Claudia Sheinbaum
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, carga sobre sus hombros un pesado grupo de políticos o aprendices que iniciaron como una amenaza y ahora han logrado entorpecer el rumbo de su gobierno.
No se trata únicamente de las inercias propias del poder ni de la compleja maquinaria estatal que heredó, sino de una corte de funcionarios que, más que colaboradores, parecen lapas aferradas a su figura, absorbiendo energía y generando más problemas de los que resuelven.
Entre los 23 integrantes del gabinete legal y los 61 del ampliado, hay un grupo que destaca por su capacidad para convertirse en obstáculos, ya sea porque fueron impuestos por compromisos políticos, porque su llegada fue producto de negociaciones internas o, peor aún, porque la propia presidenta creyó en sus atributos y capacidades.
En los primeros lugares por su poder obstructivo y destructivo aparece Rosa Icela Rodríguez, Secretaria de Gobernación, cuya habilidad para administrar silencios y tramitar consultas hasta Macuspana supera con creces la de resolver conflictos.
A su lado, Juan Ramón de la Fuente, en Relaciones Exteriores, porta más la toga del diplomático de cumbres y discursos que la de un operador de fondo, mientras Mario Delgado Carrillo, en Educación Pública, continúa en su eterna campaña personal, como si dirigir el sistema educativo más grande de América Latina fuera un trampolín político y no una responsabilidad histórica.
El Coordinador de Asesores, Jesús Ramírez Cuevas, convertido en guardián del relato oficial, parece vivir más para administrar la imagen del expresidente AMLO que para advertirle de los riesgos reales, mientras que Santiago Nieto Castillo, ahora en el Instituto Mexicano de Propiedad Industrial, mantiene la estampa del sabueso anticorrupción, pero más enfocado en la política de pasillos que en la técnica de su encargo.
Paco Ignacio Taibo II, en el Fondo de Cultura Económica, sigue librando batallas ideológicas con enemigos imaginarios, alejándose de la modernización editorial que urge.
Marcelo Ebrard, Secretario de Economía, juega la doble carta de colaborador y posible rival, mientras Raquel Buenrostro Sánchez, al frente de la Secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno, se aferra a su sello de dureza burocrática, poco eficaz en la diplomacia interna.
Citlalli Hernández, en la Secretaría de las Mujeres, carga un discurso combativo que no siempre se traduce en políticas públicas sólidas y, Ernestina Godoy Ramos, como Consejera Jurídica, proyecta más lealtad al proyecto político de Andrés Manuel que rigor en la defensa del Estado de derecho.
En los organismos clave, Octavio Romero Oropeza en el Infonavit y Martí Batres en el ISSSTE, parecen más piezas de equilibrio político que estrategas institucionales.
Sergio Salomón Céspedes, en Migración, navega entre la inercia y la omisión, mientras Tatiana Clouthier, al frente del Instituto de los Mexicanos en el Exterior, intenta sostener un perfil propio que choca con las prioridades presidenciales.
Carlos Manuel Merino Campos, en Aeropuertos y Servicios Auxiliares, y Zoé Robledo Aburto, en el IMSS, arrastran problemas estructurales que han sabido administrar… pero no resolver.
En el sector productivo, Julio Berdegué Sacristán, en Agricultura, se diluye entre promesas y diagnósticos, mientras Jesús Antonio Esteba Medina, en Infraestructura, ve cómo los grandes proyectos enfrentan retrasos, sobrecostos y dudas.
Cada uno de ellos, con su estilo y sus vicios, representa una sobrecarga injustificable para la presidenta de México: unos por compromisos, otros por fidelidad política y varios por la errónea convicción de que eran la mejor opción.
La fortaleza de Claudia Sheinbaum radica en su capacidad para navegar estas aguas infestadas de tiburones disfrazados de colaboradores, asesores, operadores y técnicos.
Su desafío es monumental: gobernar a pesar de ellos, encontrar las grietas por donde colar resultados, y demostrar que el peso de estas rémoras no será suficiente para hundir el barco.
La historia política de México demuestra que, muchas veces, no son las tormentas externas las que naufragan un gobierno, sino la tripulación que se aferra a cubierta sin remar.
Si Sheinbaum logra sortear estas presiones, lo hará no gracias a ellos, sino a pesar de ellos. Y ese, quizá, será su mayor reto interno.
YM