Sureste cierra la temporada de huracanes más tranquila en cinco años: la atmósfera cambió el guion

La temporada de huracanes concluyó este domingo con un balance inesperado para el sureste mexicano: el periodo más calmado desde 2020, pese a que los pronósticos apuntaban a un escenario mucho más activo. El cierre deja una lección clave para autoridades y ciudadanía: la atmósfera sigue siendo un sistema impredecible, capaz de alterar patrones que parecían inamovibles.
El punto central del análisis es el número de ciclones registrados, que terminó por debajo del promedio histórico. Mientras las entidades meteorológicas consideran 14 sistemas como referencia anual, este 2025 cerró con 13, muy lejos de los ritmos que se vivieron entre 2020 y 2024, cuando cada temporada llegó a generar alrededor de 21 formaciones. En ese contraste se explica buena parte de la percepción de calma que experimentó la Península de Yucatán.
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Detrás de esta baja actividad se encuentra un cambio significativo en las condiciones atmosféricas. Durante cinco años, las temporadas estuvieron impulsadas por el fenómeno de La Niña, que actúa como un motor natural para que los ciclones encuentren condiciones favorables. Para este año se esperaba una repetición del patrón, con instituciones como la Universidad de Colorado advirtiendo un escenario activo. Sin embargo, la atmósfera decidió lo contrario y el pronóstico quedó rebasado.
El elemento que verdaderamente dio un giro a la temporada fue la presencia persistente de vientos cortantes en altura. Estos actuaron como una barrera triple: impidieron que los sistemas se organizaran, debilitaron los que lograron formarse y, en muchos casos, los arrastraron hacia el Atlántico Norte. Así, las imágenes satelitales de los últimos meses mostraron la mayoría de las formaciones lejos del Caribe y del Golfo de México, lo que redujo significativamente el riesgo para la península.
A esta configuración se sumó el retraso en la llegada de La Niña, que impidió que los vientos cortantes se debilitaran a tiempo. De haberse presentado antes, la temporada habría tenido un comportamiento totalmente distinto, con mayor cercanía de ciclones a la región. El desenlace actual demuestra la dificultad de anticipar con exactitud el comportamiento atmosférico cuando se trabaja con meses de antelación.
Pese a la reducción en el número de sistemas, un dato relevante fue el aumento de huracanes mayores respecto a temporadas recientes. Esta aparente contradicción refuerza un principio básico en materia de riesgos: no importa cuántos ciclones se pronostiquen, basta uno para generar una catástrofe. El huracán Melissa fue prueba de ello, un sistema descrito como un “monstruo destructor” que dejó daños severos en países como Cuba y Jamaica.
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El análisis final señala que esta variabilidad no debe atribuirse al cambio climático ni a teorías de ingeniería climática, sino a la naturaleza propia de la atmósfera: compleja, cambiante y no lineal. Para el sureste mexicano, la temporada fue benigna, pero la experiencia en el Caribe dejó claro que la tranquilidad en una región no garantiza estabilidad en todo el Atlántico.
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