El “INEGI del Bienestar” y la magia estadística en un México lleno de mentiras

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En un país donde las cifras oficiales parecen más un acto de ilusionismo que un ejercicio de transparencia, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) acaba de publicar datos que, más que generar certidumbre, levantan sospechas.

Según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2024, la pobreza en México se redujo en 13.4 millones de personas entre 2018 y 2024.

Hoy, dice el instituto, hay 38.5 millones de pobres, frente a los más de 51 millones de hace seis años.

Pero el mismo documento contiene un dato que derrumba la narrativa triunfalista: 44.5 millones de mexicanos —prácticamente el doble de los que salieron de la pobreza— no tienen acceso a servicios de salud.

En otras palabras, México tiene hoy más personas sin atención médica que pobres oficialmente reconocidos.

Una aritmética que no cuadra y que raya en lo inverosímil.

Las contradicciones no acaban ahí.

El INEGI asegura que la pobreza extrema pasó de 7.1% en 2018 a 5.3% en 2024, pero admite que el porcentaje de población sin acceso a la salud se disparó del 16.2% al 34.2% en el mismo periodo.

A esto se suma otro indicador alarmante: la población vulnerable por carencias sociales creció de 26.4% a 32.2%.

Es decir, cada vez más mexicanos viven con carencias, más mexicanos se quedan sin servicios básicos… pero oficialmente, cada vez hay menos pobres.

La explicación oficial, aunque disfrazada de metodología, huele más a manipulación política que a rigor científico.

El Coneval, organismo especializado y autónomo que por años midió la pobreza en México, fue desmantelado por el gobierno de Morena, dejando al INEGI como juez único en un terreno que no es su especialidad.

El resultado es un INEGI convertido en “INEGI del Bienestar”, donde los números parecen adaptarse a la narrativa presidencial y no a la realidad social.

Este maquillaje estadístico es funcional para el discurso oficial: el país “avanza”, los pobres “salen” de la pobreza, y todo gracias a los programas sociales y las transferencias directas.

Sin embargo, la experiencia histórica y económica es clara: las dádivas como política central generan una dependencia peligrosa, distorsionan las cifras y, tarde o temprano, derivan en crisis sociales profundas y caóticas.

Si México aplicara metodologías de medición de pobreza como las de la Unión Europea o Estados Unidos —que consideran de manera estricta y real las carencias en salud, educación, vivienda y servicios—, el porcentaje de pobres probablemente superaría el 90% de la población.

En cambio, con el método “nacional”, los discursos políticos se llenan de aplausos… y la realidad de millones de mexicanos sigue marcada por la precariedad.

En esta danza de cifras, el verdadero problema es que la pobreza no desaparece: simplemente se redefine, se suaviza y se reporta de manera conveniente.

El pueblo puede quedarse sin medicinas, sin doctores, sin hospitales… pero jamás sin las estadísticas que lo declaren “menos pobre”.

Y esa es la mentira más peligrosa de todas.

YM