Muere Violeta Chamorro, primera presidenta en América Latina

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Nicaragua y América Latina están de luto. A los 95 años de edad, falleció Violeta Chamorro, la primera mujer elegida presidenta en América Latina.
Violeta Chamorro, símbolo de paz y reconciliación, cierra un capítulo crucial en la historia de Nicaragua y dejará un legado imborrable en la memoria regional.
Según informaron sus hijos, Chamorro “falleció hoy 14 de junio de 2025 a las 2:21 a.m. en San José de Costa Rica, después de una larga enfermedad”, rodeada de sus seres queridos y bajo atención médica, tras padecer desde al menos 2018 un accidente cerebrovascular y un tumor cerebral.
Doña Violeta no buscaba protagonismo político: era una ama de casa que, tras el asesinato en 1978 de su esposo, el periodista Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, se alzó como defensora de la libertad de prensa al frente del diario La Prensa.
Su figura se convirtió en estandarte contra la dictadura somocista y la creciente influencia sandinista.
En 1990, liderando la coalición Unión Nacional Opositora (UNO), logró una histórica victoria sobre Daniel Ortega en las urnas.
Su triunfo no solo significó el fin de la guerra civil entre sandinistas y contras, sino también la primera transición presidencial pacífica y democrática del continente tras décadas de conflicto.
Durante su mandato (1990‑1997), impulsó políticas enfocadas en la reconciliación nacional, la reducción de la inflación —de un asfixiante 11 000 % a cerca del 11 %—, así como la desmilitarización del país y el fortalecimiento de las libertades civiles y la prensa independiente, aunque fue cuestionada por su respuesta moderada ante denuncias de corrupción y su relación con ex‑sandinistas.
El legado de Violeta Chamorro se compone de luz y sombras
Aspectos positivos: Restauración de la paz tras la guerra civil; primer paso hacia la construcción de un Estado democrático y plural; y avance en libertades civiles y prensa independiente.
Críticas: Persistente desempleo y pobreza al cierre de su gestión; acusaciones de indulgencia frente a ex‑combatientes sandinistas; y casos de corrupción vinculados a miembros cercanos a su gobierno.
En sus últimos años vivió en Costa Rica, junto a sus hijos exiliados —Cristiana, Pedro Joaquín, Carlos Fernando y Claudia Lucía—, a quienes el Gobierno de Daniel Ortega despojó de su nacionalidad y propiedades, forzándolos al exilio.
La familia ha determinado que sus restos queden “temporalmente” en San José hasta que Nicaragua recupere “su libertad y democracia”.
La figura de Violeta Chamorro sigue siendo relevante hoy porque encarna la idea de una mujer que, desde la tragedia personal, emergió para salvar a su país y plantó la semilla de un régimen democrático, aunque de corta duración, frente a gobiernos autoritarios sucesivos.
Su vida ejemplifica un vínculo profundo con la prensa libre y la defensa de los valores republicanos.
Lamentablemente, su desaparición coincide con un retroceso evidente de las libertades civiles en Nicaragua y un marcado deterioro institucional bajo Ortega.
Con la muerte de Violeta Chamorro se cierra un ciclo histórico que osciló entre guerra, anhelo democrático y, otra vez, autoritarismo.
La pregunta central que queda en el aire para la Nicaragua de hoy y mañana es: ¿será su legado la brújula que inspire un futuro de libertad y justicia, o quedará relegado al recuerdo de momentos que ya no volverán?
YM