“Pueblos fantasma en la frontera Michoacán-Jalisco: el avance del crimen organizado y el éxodo de comunidades”

Foto: Cortesía
Un municipio rural ubicado en la línea divisoria entre los estados de Michoacán y Jalisco vive una transformación silenciosa pero dramática: casas abandonadas, negocios cerrados, niños que ya no van a la escuela y familias que han decidido emigrar ante la presión del crimen organizado.
Los reportes de medios nacionales señalan que los residentes se ven forzados a dejar sus viviendas por miedo a represalias, extorsiones, desapariciones o a quedar en medio de un conflicto entre cárteles.
Las calles que antes estaban activas durante las horas del día ahora lucen desiertas. Los comercios han bajado las persianas, y quienes permanecen lo hacen bajo condiciones de alta vulnerabilidad. Según testimonios difundidos, “ya no salimos de noche”, “cerramos temprano por seguridad”, “vamos a lo mínimo porque no queremos problemas”.
Este éxodo interno refleja un fenómeno más amplio: el avance de las organizaciones criminales sobre territorios rurales, donde el Estado aparece ausente o débil. En estos espacios, el crimen reorganiza la vida cotidiana: controla rutas de drogas, extorsiona a productores agrícolas y obliga al sometimiento de la comunidad.
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La situación también pone en evidencia la tensión entre las estrategias de seguridad del gobierno y la realidad sobre el terreno. Aunque las autoridades federales han desplegado operaciones en la región, los desplazamientos siguen, lo que plantea preguntas sobre la efectividad de la presencia estatal y la protección de la ciudadanía.
Para muchos, el municipio ya se ha transformado en un “pueblo fantasma”: sin actividad económica, sin transporte regular, sin fuerzas de seguridad visibles y con un paisaje dominado por el miedo. Los habitantes desplazados narran que se fueron con lo puesto, vendiendo sus casas por debajo de su valor, o simplemente abandonándolas para buscar refugio en ciudades más seguras.
Mientras tanto, el municipio permanece en un limbo: vaciado de su población, pero con sus tierras, caminos y viviendas como testigos mudos de una guerra silenciosa que se juega fuera del radar mediático.