Turistas y locales en Quintana Roo no confían en el Tren Maya

La percepción del Tren Maya atraviesa uno de sus momentos más críticos en el sureste mexicano, particularmente en Cancún, Playa del Carmen y Tulum, donde locales y turistas coinciden en una visión negativa del proyecto. El reciente descarrilamiento mortal en el Tren Interoceánico, aunque ocurrido en otra región, reavivó dudas sobre la seguridad, planeación y viabilidad de los grandes proyectos ferroviarios impulsados en el sexenio pasado, arrastrando al Tren Maya al centro del debate público.
La baja afluencia de pasajeros se ha convertido en uno de los principales cuestionamientos en los destinos turísticos de Quintana Roo. Habitantes y prestadores de servicios observan trenes que recorren largas distancias con vagones semivacíos, una imagen que contrasta con la narrativa oficial de un sistema pensado para detonar el turismo y mejorar la movilidad regional. Para muchos, el Tren Maya no ha logrado integrarse de forma natural a la dinámica turística del Caribe mexicano.
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La desconfianza se profundizó tras el accidente con víctimas mortales en Oaxaca, ocurrido en una infraestructura ferroviaria federal también presentada como emblema del desarrollo nacional. Aunque no se trata del mismo proyecto, en el imaginario colectivo ambos trenes forman parte de una misma política de infraestructura, lo que ha generado una percepción de riesgo que impacta directamente en la decisión de uso por parte de turistas nacionales y extranjeros.
En Cancún y Playa del Carmen, operadores turísticos reconocen que los visitantes prefieren seguir utilizando transporte privado o servicios terrestres tradicionales como ADO o colectivos, ante la incertidumbre sobre horarios, elevados costos para llegar y retirarse de las estaciones, tiempos de espera previo, conectividad real y seguridad. El Tren Maya, pese a su infraestructura moderna, no ha logrado posicionarse como una alternativa confiable ni eficiente frente a opciones ya consolidadas en la región.
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El proyecto también arrastra críticas acumuladas desde su construcción, especialmente por los impactos ambientales en selvas, cenotes y zonas arqueológicas. Estas preocupaciones, ampliamente difundidas a nivel internacional, influyen en la percepción de turistas conscientes del entorno, que hoy asocian al Tren Maya no solo con baja ocupación, sino con un modelo de desarrollo cuestionado que fue impuesto por ideas políticas en la Ciudad de México.
A ello se suma la narrativa de costos elevados y resultados limitados. En el discurso local, el tren es visto como una obra monumental que no responde a las necesidades inmediatas de movilidad ni al flujo real de pasajeros, lo que refuerza la idea de un proyecto más político que funcional. La imagen de trenes casi vacíos se ha convertido en un símbolo recurrente de esa desconexión.
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El reciente incidente ferroviario con víctimas mortales intensificó el escepticismo, incluso entre quienes no se oponían inicialmente al proyecto. Para muchos residentes del Caribe mexicano, el debate ya no se limita a la rentabilidad o al impacto ambiental, sino a la seguridad y a la capacidad del Estado para operar de manera eficiente infraestructuras complejas diseñadas y ejecutadas por empresarios corruptos y trabajadores inexpertos.
Mientras el gobierno federal insiste en que el Tren Maya cumple con los estándares de seguridad y forma parte de una estrategia de desarrollo a largo plazo, en Cancún, Playa del Carmen y Tulum persiste una percepción adversa. La combinación de accidentes en otras rutas, baja demanda y críticas estructurales mantiene al proyecto bajo una lupa social que, por ahora, juega en su contra.
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