El giro político en la región deja sin aliados a Maduro mientras crece la presión militar de EE.UU.

El giro político hacia la derecha en América Latina, sumado al distanciamiento de gobiernos de izquierda, deja a Caracas con un margen cada vez más reducido para enfrentar la presión internacional
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El aislamiento político de Nicolás Maduro dejó de ser una advertencia diplomática y se convirtió este fin de semana en una realidad palpable. Mientras Estados Unidos despliega buques, aviones de combate e infantería en el Caribe, Venezuela perdió en las urnas a dos aliados regionales que, si bien no eran determinantes, cumplían la función estratégica de amortiguar la presión internacional. Hoy, ante la ofensiva estadounidense y la desconfianza regional, Caracas enfrenta una soledad que no había experimentado ni en los peores momentos del chavismo.

La caída de estos apoyos coincide con un viraje acelerado hacia gobiernos de derecha en América Latina. Países como Argentina, Ecuador, El Salvador y Bolivia abandonaron temporalmente la órbita ideológica del Socialismo del Siglo XXI, aquel proyecto que Hugo Chávez impulsó en su momento de mayor influencia continental. Este cambio no solo reconfigura el mapa político regional, sino que reduce el margen de maniobra de Maduro en un escenario donde cada aliado cuenta y cada pérdida pesa.

En Honduras, donde las urnas todavía no terminan de hablar, el panorama es igual de adverso para Caracas. La candidata oficialista Rixi Moncada quedó relegada al tercer lugar, dejando la contienda entre dos aspirantes de derecha —Nasry Asfura y Salvador Nasralla— que ya anticiparon la ruptura de relaciones con Venezuela. Si se confirma este resultado, Maduro perderá otro puente diplomático en un momento de alto riesgo geopolítico.

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Incluso en territorios históricamente amigables, el viento cambió de dirección. San Vicente y las Granadinas, donde Ralph Gonsalves respaldó a Maduro durante más de dos décadas, pasó a manos del centroderechista Godwin Friday, quien arrasó en el Parlamento. La salida de Gonsalves simboliza el cierre de un ciclo regional en el que el chavismo llegó a contar con una amplia red de aliados, desde Argentina y Brasil hasta Ecuador y Bolivia.

Pero lo más significativo no es la pérdida de gobiernos ideológicamente cercanos, sino el distanciamiento de quienes sobreviven en la izquierda. Presidentes como Lula da Silva, Gabriel Boric, Claudia Sheinbaum e incluso Gustavo Petro mantienen posiciones críticas sobre el rumbo autoritario de Maduro, especialmente tras las elecciones de 2024, cuya legitimidad fue duramente cuestionada en la región. Petro, por ejemplo, rechazó vincular a Maduro con el narcotráfico como afirma Washington, pero subrayó que el problema de Venezuela es la falta de democracia y diálogo. El mensaje es claro: apoyo ideológico sí, respaldo incondicional no.

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A este deterioro diplomático se suma un ambiente de confrontación directa con Estados Unidos. Washington asegura que su despliegue militar en el Caribe combate al narcotráfico y acusa al Gobierno venezolano de operar junto a cárteles. Caracas, por su parte, insiste en que la intención de la Casa Blanca es derrocar a Maduro. La tensión recuerda episodios de la Guerra Fría, pero con una región menos dispuesta a tomar partido y más inclinada a observar desde la distancia.

En este escenario, los únicos aliados firmes que le quedan a Venezuela son Cuba y Nicaragua, dos países debilitados económica y políticamente, y sin capacidad real de brindar apoyo militar. Cuba respalda verbalmente al gobierno venezolano, aunque evita compromisos concretos, mientras que Daniel Ortega se limita a declaraciones simbólicas contra Washington, sin ofrecer ayuda efectiva. Para Maduro, esta dupla constituye más un gesto político que un respaldo estratégico.

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A medida que la región se reconfigura y la presión estadounidense se intensifica, Venezuela enfrenta un escenario incierto. Aunque los efectos de un eventual conflicto son impredecibles, el consenso entre las grandes naciones latinoamericanas es evitar una confrontación militar en Sudamérica. Lula da Silva lo expresó con claridad al advertir su preocupación por el despliegue militar estadounidense y su intención de dialogar directamente con Trump para evitar un desastre. México, por su parte, mantiene su defensa del principio de no intervención, una postura histórica que evita alineamientos automáticos pero tampoco ofrece protección concreta a Caracas.

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