Argentina reactiva su poder aéreo con F-16 y Milei busca reposicionarse en el escenario internacional

La llegada de los primeros seis cazas F-16 a Argentina marca un punto de quiebre para un país que llevaba casi una década sin aviones de combate modernos. Tras años de reducción presupuestaria, tensiones cívico-militares y una herida aún abierta desde la Guerra de Malvinas, el Gobierno de Javier Milei decidió apostar por la reconstrucción de sus capacidades aéreas con una adquisición que modifica el panorama estratégico regional.
El aterrizaje de estas aeronaves en el Área Material Río Cuarto no solo representa el ingreso formal de Argentina al club de operadores del F-16, sino que confirma el giro geopolítico del presidente hacia Estados Unidos y hacia la administración de Donald Trump. Después de analizar opciones provenientes de China, el país optó por 24 unidades usadas de Dinamarca por alrededor de 300 millones de dólares, una cifra que podría escalar hasta los 900 millones al considerar armamento y costos operativos, convirtiéndose en la mayor compra militar en décadas.
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La recuperación de la capacidad supersónica, perdida desde el retiro de los Mirage III en 2015, es parte central del mensaje que el Ejecutivo argentino busca enviar. En su comunicado, el Ministerio de Defensa describe la entrega como un “hito estratégico”, destacando que el país vuelve a contar con un sistema de intercepción que estuvo ausente durante años. Para reforzar esta narrativa, el Gobierno organizó un sobrevuelo de los cazas sobre Buenos Aires antes de una ceremonia encabezada por Milei en Córdoba.
La decisión de apostar por los F-16 responde también a criterios operativos y diplomáticos. El modelo de Lockheed Martin, que vuela desde 1976 y es utilizado por 29 países, ofrece una plataforma robusta y ampliamente probada. Aunque los F-16 A/B block 10/15 adquiridos son significativamente más antiguos que las versiones modernas operadas por Chile o Estados Unidos, representan un salto tecnológico respecto a la flota actual argentina, compuesta principalmente por A-4AR Fightinghawk y entrenadores Pampa.
El movimiento de Argentina se da en un continente donde las Fuerzas Armadas rara vez encabezan las prioridades presupuestarias. En el escenario latinoamericano, estos aviones colocan a Buenos Aires en una posición intermedia: por debajo del Gripen brasileño o los F-16 modernizados chilenos, pero por encima de la mayoría de las flotas regionales. Para un país que perdió alrededor de 100 aeronaves en Malvinas y que ha carecido de inversión sostenida en Defensa desde la dictadura militar, la operación es vista como un intento por recuperar capacidades básicas.
El interés de Milei por reequipar a las Fuerzas Armadas trasciende la compra de cazas. A la adquisición de los F-16 se suman aviones de patrulla marítima P-3C Orion, vehículos blindados Stryker y la búsqueda de submarinos franceses, un rubro que quedó vacío tras la tragedia del ARA San Juan en 2017. Estas decisiones sugieren un viraje hacia una política de Defensa más activa y menos condicionada por las tensiones históricas entre los gobiernos civiles y el aparato militar.
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La principal incógnita gira ahora en torno al propósito estratégico de este renovado arsenal. El Gobierno habla de “restaurar capacidades perdidas”, pero no ha detallado un plan de largo plazo ni una doctrina que justifique una inversión de tal magnitud. En un contexto global marcado por conflictos simultáneos, de Gaza a Ucrania, Argentina se suma a los países que han colocado nuevamente la Defensa en la agenda, aunque aún sin precisar el rumbo final de su rearmamento.
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